Vecinos de Monte Rico claman por un milagro que destierre las aguas negras que enferman sus almas y sus casas.
Por Valentina Garcia
En el corazón de Monte Rico Primero, un barrio anclado en los laberintos de Santiago Oeste, las calles respiran un lamento perpetuo: ríos de aguas negras serpentean entre las viviendas, llevando consigo el eco de promesas incumplidas. En la intersección de las calles 1 y 10, donde la vida se aferra a la esperanza, los vecinos conviven con la peste y la desesperanza desde hace más de tres años.
Bajo la gestión del exdirector de la Corporación del Acueducto y Alcantarillado de Santiago (Coraasan), ingeniero Andrés Burgos, los moradores alzaron la voz en repetidas ocasiones, buscando un alivio que nunca llegó. Las cartas enviadas, como botellas lanzadas al océano del olvido, naufragaron en la indiferencia burocrática.
Hoy, con la llegada de un nuevo timonel a Coraasan, Andrés Cueto, los vecinos han renovado su plegaria. Una carta entregada a su secretaria guarda las palabras de un pueblo cansado, pero no vencido. En ella, ruegan la reparación de la avería que, como una maldición, se infiltra en las entrañas de al menos diez hogares, esparciendo enfermedades y ahogando los sueños de quienes allí resisten.
El hedor impregna las paredes y los pulmones de los residentes, quienes libran una batalla diaria contra las dolencias respiratorias y la degradación de su entorno. A pesar de la adversidad, en Monte Rico persiste la convicción de que, algún día, la corriente de la negligencia cambiará su curso, y las calles volverán a ser el escenario de una vida digna, libre de las sombras de la desidia.