El ciclo político dominicano perpetúa promesas incumplidas y privilegios, mientras el país clama por líderes comprometidos con el desarrollo colectivo y el cambio genuino.
Por Pedro de la Cruz
En el corazón del Caribe se alza una nación donde, irónicamente, “hay de todo”, como dice el refrán popular. Sin embargo, esta abundancia no se refleja en soluciones reales para los problemas fundamentales de la República Dominicana. Año tras año, gobierno tras gobierno, presenciamos un desfile interminable de promesas que se esfuman tan pronto como son pronunciadas.
La realidad dominicana se ha convertido en un ciclo vicioso, donde los años pasan mientras los problemas esenciales para el desarrollo nacional permanecen congelados, como fotografías viejas en un álbum olvidado. Lo más desconcertante es ver cómo quienes tuvieron en sus manos la oportunidad de transformar el país hoy solo ofrecen discursos vacíos y justificaciones huecas.
El trasfondo de esta situación revela una verdad incómoda: muchos no llegan al poder con la intención de gobernar, sino de consolidar privilegios para ellos mismos y su círculo cercano. Mientras tanto, en el escenario político nacional proliferan figuras que buscan protagonismo, pero no son más que “cohetes explotados”: personajes cuyo tiempo ya pasó, pero que insisten en ocupar espacios que deberían abrirse a nuevas voces, menos voraces que las anteriores.
Los pilares del desarrollo nacional –salud, educación, infraestructura, medio ambiente, seguridad ciudadana y acceso al agua potable– siguen atrapados en una eterna promesa incumplida. El sistema judicial, diseñado para proteger intereses políticos, perpetúa la impunidad, mientras los partidos políticos, sin importar sus colores, forman alianzas en las sombras para proteger sus beneficios mutuos, siempre en detrimento del bien común.
En este escenario desolador, la necesidad y la ignorancia alimentan las ambiciones de políticos sin escrúpulos. El pueblo dominicano, esperanzado, espera la llegada de un líder transformador, alguien capaz de romper con los paradigmas establecidos y generar un cambio verdadero.
La República Dominicana merece más que promesas vacías y políticos oportunistas. Merece líderes que comprendan que el servicio público es un compromiso con el desarrollo colectivo, no una vía para el enriquecimiento personal. Solo cuando esta visión sea asumida por quienes aspiran a dirigir los destinos del país, podremos empezar a escribir una nueva historia para nuestra amada nación. ¡Que viva la República Dominicana!
Estos seguirás las promesas incumplida el pueblo duerme profundamente