Un emotivo homenaje a los padres, reflejando sacrificios compartidos, enseñanzas imborrables y el dolor de su ausencia. Un reconocimiento al amor incondicional que trasciende el tiempo y la distancia.
Por Pedro de la Cruz
Hoy, sumergida en mis pensamientos, reflexiono profundamente sobre el camino recorrido. Me pregunto: ¿adónde fueron a parar esos afanes, esos sacrificios y ese esfuerzo titánico que juntos emprendimos para salir adelante? ¿Qué sentido tuvo todo si ahora ustedes no están aquí conmigo?
En mi mente, se despliega una película de recuerdos: las noches en vela, las decisiones difíciles, los momentos en los que parecía que el sacrificio no tenía fin. Todo aquello que construimos juntos parece haber desaparecido, dejando un vacío que pesa en el alma.
Daría cualquier cosa por regresar a esos días, por revivir esos instantes en los que cada pequeño logro se sentía como una victoria compartida. Sin embargo, el tiempo, con su lección implacable, me enseña que solo el presente es real. Lo que fue y lo que será son apenas espejismos; lo auténtico es lo que vivimos y aprendimos.
Hoy, más que nunca, valoro su lucha. Cada lágrima, cada sonrisa, cada decisión difícil moldeó mi ser. Aunque su ausencia duele profundamente, su legado sigue vivo en mí. Me enseñaron a enfrentar la vida con valentía y a encontrar significado en cada pequeño momento.
En memoria de mis padres, quienes siempre creyeron en mí y fueron mi impulso para seguir adelante, quiero agradecerles desde lo más profundo de mi corazón. Aunque no estén físicamente, su espíritu y sus enseñanzas me guían cada día en este viaje llamado vida.
Su amor incondicional es mi mayor herencia, y por eso, hoy y siempre, les rindo este humilde homenaje.