Viajar a Montecristi se ha convertido en una odisea por vías deterioradas, tapones y retenes militares. Pese a las dificultades, la provincia espera su merecido reconocimiento nacional.
Por Pedro de la Cruz
“¿Vas para Montecristi? ¡Que Dios te acompañe!”, comentan con humor los dominicanos. Sin embargo, tras la broma yace una realidad que muchos evitan enfrentar. Mientras viajar de Santiago a Santo Domingo es un trayecto fluido gracias a la Autopista Duarte, aventurarse hacia Montecristi se siente como un videojuego lleno de desafíos.
La Autopista Joaquín Balaguer, la principal vía hacia el noroeste, más bien parece una pista de obstáculos. Conductores imprudentes ponen en peligro la seguridad vial, y al llegar a Navarrete, las protestas del FALPO o los interminables embotellamientos complican aún más el trayecto.
Los numerosos “policías acostados” convierten el viaje en un ejercicio para el vehículo, y los retenes militares recuerdan que no se trata de un simple paseo. No es raro que al escuchar “vamos para Montecristi”, alguien responda con un incrédulo “¿tú 'ta loco?”. Lo que debería ser un trayecto sencillo se ha transformado en una odisea reservada para los más valientes.
Sin embargo, quienes completan el viaje son recompensados con las maravillas de una de las provincias más hermosas de la República Dominicana: playas vírgenes, paisajes cautivadores y la calidez de su gente. Pero como dice el refrán: “el que algo quiere, algo le cuesta”, y en el caso de Montecristi, el costo parece excesivo.
¿Hasta cuándo los montecristeños deberán soportar esta situación? Su provincia, repleta de riquezas naturales y culturales, merece ser recordada y tratada como una parte integral del país. Por ahora, el camino sigue siendo un reto que exige paciencia y determinación.