Por Yoarem Monegro
República Dominicana es un país con un territorio de 44,442 km², incluyendo sus islas adyacentes.
Según la Oficina Nacional de Estadísticas (ONE), en 2024 la población ascendía a 10,795,677 habitantes, con una proyección de 10,878,267 para 2025. Sin embargo, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) estimó que en 2024 la cifra era de 11,427,557 habitantes. Estas discrepancias pueden generar repercusiones en la planificación política, la estrategia gubernamental y el desarrollo del país.
Independientemente de la cifra real, un hecho es innegable: toda la población, sin importar su ocupación o nivel académico, participa activamente en la política. Desde el vendedor de frutas hasta el profesional con maestría, todos opinan sobre la gestión pública y creen tener mejores soluciones que quienes ostentan cargos en entidades estatales o privadas. Es común escuchar que cualquier ciudadano, desde un colmadero hasta un chofer, o desde un oficinista hasta un portero, considera que puede dirigir mejor las instituciones.
La política y la educación son temas que generan constantes controversias en República Dominicana. Los gremios, por su parte, actúan muchas veces en desacuerdo con las entidades gubernamentales, lo que agrava el panorama.
Si la política y la educación fueran realmente un deber ser, deberíamos reflexionar sobre nuestros sueños y aspiraciones como nación. En mi caso, anhelo que algún día ambos ámbitos funcionen de manera óptima, que los profesionales más capacitados ocupen las posiciones adecuadas y que los medios de comunicación promuevan la formación académica y la excelencia. Solo entonces podremos alcanzar un estándar superior de desarrollo.
El progreso de República Dominicana es posible, pero solo si erradicamos los antivalores en los medios de comunicación, que han influido negativamente en la sociedad. La idealización de figuras mediáticas sin formación ni méritos contribuye al deterioro cultural y a la proliferación de los "ni-ni", jóvenes que ni estudian ni trabajan. Si dejamos de considerar a estos personajes como ídolos políticos y referentes educativos, podremos avanzar hacia un futuro más prometedor.
Una sociedad con ciudadanos bien formados y con valores sólidos no imita conductas que fomentan el deterioro social, ni celebra acciones que atenten contra la identidad nacional, los intereses colectivos y la soberanía. No se trata de un asunto individual, sino de una causa nacional con repercusiones internacionales.
Para que lo negativo deje de prosperar, es fundamental restarle poder. Del mismo modo, si queremos que lo positivo perdure, debemos darle el valor que merece. Si quienes buscan hacer el bien se unen y trabajan en conjunto, los que actúan mal serán cada vez menos. Es imprescindible aplicar estrategias para contrarrestar la decadencia que observamos a diario.
@yoaremmonegro
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