Por La Confidente
Dicen que hay momentos en los que el silencio es más elocuente que cualquier discurso, pero este no fue uno de ellos. Abinader, con la mirada fija en algún punto invisible, sintió el peso de la nación sobre sus hombros. Era sábado, ya lo sabes, un día poco común para este tipo de anuncios. Pero no podía esperar. La noticia corrió como pólvora por los pasillos del poder y, mientras tú descansabas del bullicio de la semana, el Presidente rompía el silencio, destapando la olla antes de que reventara. ¿Por qué tan apurado, te preguntas? Ahí está la clave.
El proyecto de Reforma Fiscal que habían depositado con aparente confianza en la Cámara de Diputados, se topó con un rechazo feroz. Un no rotundo de la gente, del pueblo que alzó la voz en cada esquina, en cada colmado, porque la cosa no estaba fácil. ¿A quién le gusta que le metan más impuestos, eh? El Presidente, aunque en público siempre parece imperturbable, sabía que no podía estirar el chicle hasta el lunes en La Semanal. No, no podía darse ese lujo.
Los murmullos en los salones oscuros y las conversaciones susurradas apuntaban a algo más profundo. ¿Te has preguntado qué saben los que no hablan? La inteligencia del gobierno, esa maquinaria que todo lo ve y todo lo escucha, había detectado movimientos. Sí, mi gente, movimientos. Protestas en camino, cacerolazos que empezaban a resonar en el aire, como el zumbido de un aguijón que se prepara para atacar. Algunos dicen que la mecha estaba corta, y que la chispa podía encenderse en cualquier momento. ¿Te imaginas lo que pudo haber pasado si el Presidente se esperaba hasta el lunes? El horno, como dicen por ahí, ya estaba ardiendo, y el calor se sentía en el aire.
Así que ahí lo tienes, bajo la luz tenue del sábado a las siete, sin fanfarria ni ceremonias, Abinader soltó el peso del proyecto de Reforma Fiscal. Porque a veces, lo más inteligente es retroceder antes de que el pueblo se encienda y las calles hablen.