En el Ateneo Amantes de la Luz, Pablo Gómez Borbón revive la esencia de Balaguer en una narrativa que desentraña su alma.
Por Valentina Garcia
El pasado martes en el Ateneo Amantes de la Luz, donde los ecos de la historia parecen suspirar entre los anaqueles, se desplegó el sortilegio literario de Pablo Gómez Borbón. La noche, impregnada de murmullos y presagios, fue testigo de la puesta en circulación de su novela histórica «Yo, Balaguer», una obra que se aventura en las insondables profundidades del alma de uno de los personajes más enigmáticos de la historia dominicana.
Con la solemnidad de quien evoca a los espectros, Carlos Manuel Estrella, presidente del Ateneo, dio la bienvenida a los asistentes, preparando el ambiente para la revelación de la obra. A su lado, Benjamín Rodríguez Carpio, abogado y escritor, tejía palabras que parecían invocar al espíritu del exmandatario, cuya sombra ha permanecido adherida a los muros de la política nacional como una marca indeleble del tiempo.
Gómez Borbón, oriundo de Santiago pero errante por los callejones de Bruselas, se alzó como un alquimista de la memoria. Relató cómo su pluma recorrió los pasajes más oscuros y luminosos de Balaguer: su inquebrantable lazo con Trujillo, la permanencia obstinada en el poder y la soledad final que lo abrazó hasta su muerte en 2002. «Es un viaje a través de las luces y sombras de la historia», musitó el autor, con la voz de quien ha conversado con los fantasmas del pasado.
La noche transcurrió entre lecturas y reflexiones, mientras los asistentes recibían ejemplares de la novela, que fueron luego consagrados con la firma del autor. Carmen Pérez Valerio, guardiana de la biblioteca del Ateneo y Carlos Manuel Estrella recibieron con reverencia varios tomos donados por Gómez Borbón, sellando así un pacto de perpetuidad con la institución que, en sus 150 años de historia, ha sido faro y refugio para las almas sedientas de cultura.
Cuando la velada culminó, y las luces del Salón Profesor Federico Izquierdo se apagaron, parecía que el espíritu de Balaguer se paseaba, satisfecho, entre los estantes, consciente de que su historia seguirá siendo contada mientras exista alguien dispuesto a escuchar los susurros del pasado.