Antes de morir, el connotado abogado de Santiago, Ambiorix Diaz Estrella –el hombre que levantó los cadáveres de las hermanas Mirabal (y su chofer), asesinadas el 25 de noviembre de 1960–, dejó por escrito su propio testimonio de lo que hizo y vio esa fatídica noche cuando ayudó a montar los cuerpos a una ambulancia para llevarlos al hospital José Maria Cabral y Báez de Santiago.
A continuación el testimonio de Ambiorix Díaz Estrella
“Siendo las 10 de la noche del día 25 de noviembre del año 1960 cuando iba a esperar el carro que me condujera a la Junta de los 2 caminos los señores Marco Tulio García, ayudante fiscal, y el doctor Pedro Nicasio, médico legista, ya fallecido, me dijeron al momento en que se montaban en una guagua de la Policía Nacional vamos a la Cumbre que en un accidente murieron 4 personas y como tú has vivido en Tamboril es probable que sean amigos tuyos porque presumimos que las víctimas sean tamborileños. Yo era Juez de Instrucción de la Segunda Circunscripción de Santiago y la carretera a que se refería es El Cucho que va desde La Cumbre carretera Santiago – Puerto Plata hasta Tamboril.
Cuando llegamos al puesto de guardia de La Cumbre los militares de puesto nos acompañaron para señalarnos el lugar de la tragedia: un enorme precipicio de varios cientos de metros de profundidad. Cuando examinamos el terreno y nos dimos cuenta de que no teníamos medios para sacar los cadáveres volvimos a La Cumbre y por fonia pedimos una ambulancia. Examinando el terreno el cabo de la Policía Nacional que nos acompañaba dijo ¡qué accidente tan raro porque en una de estas dos matas de memiso debió haberle dado el jeep al caer, sin embargo no tiene ninguna marca! Yo ya había hecho la observación y le dije al cabo “no comente nada porque esto parece un asunto político”. Inmediatamente pronuncié esas palabras recordé que las hermanas Mirabal visitaban los jueves a sus esposos presos en Puerto Plata y sentí una corazonada porque ya algunos vecinos que se habían acercado al lugar de la ocurrencia nos habían dicho que los muertos eran 3 mujeres y un hombre. Llamé a parte a Nicasio y a Marco Tulio García y les expresé la corazonada de que se había asesinado a las hermanas Mirabal. Al ellos sentirse extrañados ante mi afirmación yo les dije “esto tiene la característica de un crimen, ¿Y qué tres mujeres va a asesinar este gobierno que no sean las hermanas Mirabal? Ciertamente, con veinte lazos, que compré por dos pesos, comenzamos la obra de la extracción de los cadáveres. El primero que subimos fue a Rufino De la Cruz, que no nos decía nada porque lo desconocíamos, pero inmediatamente subió un campesino con un bolso de mujer y al examinarlo encontré la cédula de María Teresa Mirabal. Ya pasaba la medianoche. La noche estaba bastante clara. Sin decir una palabra les mostré la cédula a Marco Tulio García y al doctor Nicasio. Continuamos nuestra macabra tarea, colocamos los cuatro cadáveres uno al lado del otro al borde de la carretera. Algún vecino piadoso nos prestó sábanas para cubrir las desnudeces. No sé cómo aparecieron velas y algunas viejas del lugar oraron.
Entretanto yo me di a la tarea de archivar algunos datos ¿A qué hora se produjo el derrumbe? ¿Quiénes eran los comandantes de puesto de La Cumbre? ¿Qué ruidos oyeron?, y cualesquiera otras que pudieran contribuir a esclarecer el crimen, porque me dije a mi mismo y así se lo expresé a todos mis amigos, que “algún día cuando Trujillo muera yo voy a investigar este asesinato”. Mientras esos trajines se llevaban a cabo llegó la ambulancia que puso a ulular la sirena alrededor de las 2:30 de la mañana y varios centenares de vecinos respetuosamente nos acompañaron en nuestra luctuosa tarea. A la hora de partir el doctor Nicasio, el cabo de la Policía, Marco Tulio García, se montaron delante en la ambulancia, yo, adrede, me quedé con los cuatro cadáveres en el compartimento trasero de la ambulancia. Entonces examiné bien los cadáveres. Vi las prendas íntimas de las tres señoras ultimadas en perfecto estado. Descarté por ello la idea de un estupro, que me atormentaba tanto como la idea de la muerte, porque esas no eran mujeres de dejarse ultrajar sin dar una batalla. No vi señales ni de heridas ni de sangre en sus cuerpos, lo que me hizo pensar que hacía rato que estaban muertas porque ya la sangre estaba coagulada en sus venas y bailoteé cada uno de los cuellos de las víctimas para cerciorarme de que habían sido científicamente asesinadas posiblemente con un garrotazo en el cuello. Retiré las prendas personales del cadáver de Minerva, una medalla y un resguardo que tenía sobre el sostén del lado del seno izquierdo, que en alguna forma hice llegar a su madre un tiempo después.
Los cadáveres los llevamos a la morgue del hospital José María Cabral y Báez y la misma ambulancia me llevó hasta mi casa. Encontré allí a mi padre, el licenciado Luciano Díaz, colando café. Mi padre era muy amigo y compadre de Trujillo. Le dije, prepárate para lo que tú vas a oír, porque el sufría del corazón: acabo de sacar los tres cadáveres de las hermanas Mirabal que fueron asesinadas. Dejó caer algo que tenía en las manos y comentó: ¡Se jodió Trujillo!” fuente Ahora
Mujer, igualada a la palabra violencia, 60 años después