Abinader ante la crisis de Haití: unidad nacional y llamado urgente al mundo

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El presidente dominicano impulsa una estrategia firme, humanitaria y soberana frente al colapso haitiano, exigiendo acción inmediata de la comunidad internacional

Por Darwin Feliz Matos

En uno de los momentos más críticos de la historia reciente de Haití, el presidente dominicano Luis Abinader ha asumido una postura firme, propositiva y profundamente patriótica frente a una realidad que ya no admite matices: “Haití es una bomba de tiempo”. La descomposición institucional, el dominio absoluto de las bandas armadas —que controlan más del 90 % de la capital, Puerto Príncipe— y la amenaza de un colapso humanitario total convierten esta crisis en un desafío que trasciende el ámbito bilateral.

Lejos de adoptar una actitud de indiferencia o complacencia, Abinader ha convertido la situación haitiana en una prioridad de Estado. Y no lo ha hecho solo. Por segunda vez, ha convocado a los expresidentes Hipólito Mejía, Leonel Fernández y Danilo Medina, junto con el Consejo Económico y Social, para articular una respuesta nacional que trascienda los colores partidarios. Este gesto de madurez política no solo refuerza la unidad interna, sino que envía un mensaje claro a la comunidad internacional: la República Dominicana no puede ni debe cargar sola con el peso de una tragedia que amenaza con desbordarse sobre toda la región.

Darwin Feliz Matos

La apuesta del mandatario es clara: un enfoque integral, consensuado y soberano. Su llamado no se limita a la retórica; exige una acción decidida de los organismos multilaterales que, hasta ahora, han respondido con preocupante lentitud, mientras el problema se agrava. Las cifras son alarmantes: más de 1.3 millones de desplazados internos, el 80 % de la infraestructura sanitaria fuera de servicio, y una red de pandillas criminales que ha tomado el control logístico, territorial e incluso simbólico del país vecino. La propia ONU advierte sobre la proximidad de un “punto de no retorno”.

Abinader ha delineado sus prioridades con precisión: una política migratoria humana pero firme, seguridad fronteriza reforzada, modernización de infraestructuras en las zonas limítrofes, regulación del comercio bilateral para erradicar prácticas ilícitas, y una estrategia diplomática que convoque al mundo a asumir su cuota de responsabilidad. Todo ello sin descuidar el delicado tema de la mano de obra haitiana en territorio dominicano, que plantea desafíos laborales, humanitarios y de gobernabilidad.

Pero el núcleo de su posición no es meramente técnico, sino profundamente ético. “Nuestro compromiso debe ser con una nación que encuentre en la justicia su escudo, en la unidad su fortaleza y en la dignidad su destino”, ha expresado. La República Dominicana no busca ni intervenir ni desentenderse, sino actuar con firmeza y compasión, protegiendo su soberanía mientras aboga por una solución definitiva para Haití, que solo será posible si la comunidad internacional abandona su letargo diplomático y asume su rol con urgencia.

El presidente Abinader ha sido constante en su esfuerzo por internacionalizar la crisis haitiana. Desde escenarios como la Organización de Estados Americanos (OEA), la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y otros foros multilaterales, ha reiterado la necesidad de una intervención efectiva para frenar el colapso institucional y el avance de las bandas armadas que azotan al pueblo haitiano. A pesar de sus llamados insistentes y las promesas de cooperación recibidas, la respuesta global ha sido limitada, lo que prolonga la inestabilidad en Haití y obliga a la República Dominicana a cargar con un peso desproporcionado ante una crisis que, por su naturaleza, exige un abordaje colectivo y urgente.

La historia recordará que, cuando el abismo se acercaba peligrosamente a nuestras puertas, el presidente Luis Abinader eligió la ruta de la unidad, la diplomacia activa y la responsabilidad compartida. Hoy, más que nunca, Haití necesita al mundo. Y el mundo no puede mirar hacia otro lado. Porque cuando una nación colapsa, toda la región tiembla. Y cuando una nación hermana clama por auxilio, callar es complicidad.

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