"El rugido escarlata que silenció a los tigres: una noche mágica en el Quisqueya"

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Sócrates Brito encendió la chispa con un cuadrangular y los Leones del Escogido acarician la gloria en una velada épica que dejó al Licey contra las cuerdas.

Por Valentina Garcia

Era una noche tibia en el Estadio Quisqueya, donde la historia parecía a punto de repetirse en el eterno duelo entre fieras. El sábado, bajo un cielo que prometía más milagros que estrellas, los Leones del Escogido dieron un zarpazo certero que dejó a los Tigres del Licey al borde de la extinción en la Serie Final de la LIDOM. Con un marcador de 4-1, los escarlatas se colocaron a un suspiro de su codiciada corona 17, y la atmósfera presagiaba que el domingo sería el día de la redención o la ruina.

Todo comenzó como comienzan las grandes gestas: con un rugido. En el primer episodio, Sócrates Brito, un hombre cuyo swing tiene el peso de las epopeyas, conectó un cuadrangular descomunal por el jardín derecho, una bola que surcó el aire a 102.3 millas por hora, viajando 392 pies como un presagio de lo que estaba por venir. El abridor de los Tigres, Brooks Hall, solo pudo mirar impotente mientras la pelota desaparecía entre los suspiros del público.

El juego avanzó, y los Leones demostraron que no solo rugen, sino que saben morder. En el tercer episodio, Luis Liberato cruzó el plato tras un rodado que pareció más obra del destino que del bate de Junior Caminero. En el quinto, Brito volvió a hacerse notar con un elevado de sacrificio que trajo la tercera carrera, mientras Erik González y Liberato tejían una jugada digna de un manual de astucia en el diamante.

Para los Leones, cada entrada era una página más en una novela que parecía escrita por los dioses del béisbol. Jean Segura abrió el sexto inning con un doble que resonó como un disparo en la selva. Luego, Héctor Rodríguez, con un sencillo, lo envió al hogar, sumando la cuarta carrera que sellaría el destino de los felinos azules.

Por su parte, los Tigres, acostumbrados a rugir en estas arenas, solo pudieron maullar en el octavo inning. Norwith Gudiño, a pesar de ceder la única carrera de los locales, cerró la entrada con autoridad, dejando el resto en manos de Rafael Montero, quien silenció a los bengalíes con la frialdad de un verdugo.

La victoria tuvo un héroe inesperado: Grant Gavin. Durante cinco sólidas entradas, el derecho estadounidense se mostró impenetrable, permitiendo solo dos hits y desafiando las estadísticas al dominar sin necesidad de ponches. Su actuación fue la base sobre la que se erigió esta victoria escarlata, mientras el bullpen completaba la obra maestra con precisión quirúrgica.

El estadio, dividido entre los que soñaban con una remontada y los que saboreaban la inminencia de un nuevo campeonato, vibró con una intensidad que solo el béisbol puede provocar. Ahora, los Leones esperan sellar la hazaña este domingo, en su cueva, donde cada rincón respira gloria y tradición.

Y así, con el rugido de Sócrates Brito aún resonando en las gradas, el Escogido se acerca a un capítulo más en su gloriosa historia. Porque en el reino de las fieras, solo los más astutos sobreviven.

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