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miércoles, diciembre 10, 2025
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Edith la voz inquebrantable

Edith Febles recibe un reconocimiento que no sólo celebra una carrera, sino una forma de dignificar la democracia y al periodismo dominicano. Convierte la verdad en resistencia y demuestra que la ética aún puede salvar a una nación.

Por Pavel De Camps Vargas

En una República Dominicana donde la corrupción intenta, día tras día, normalizarse como si fuera parte del ADN institucional; donde demasiados actores se acostumbran al silencio, a la indiferencia y al cálculo político; donde la indignación se agota y la memoria es frágil, surge la figura de una mujer que decide que callar no es una opción. Edith Febles, periodista, investigadora y referente moral de nuestra vida pública, se ha convertido en una de las voces más firmes y necesarias para sostener los valores democráticos y la dignidad del país.

Pavel De Camps.

El galardón Integridad y Lucha Contra la Corrupción, otorgado por Participación Ciudadana, no solo reconoce una trayectoria profesional impecable: reconoce una actitud vital, una coherencia ética y un compromiso innegociable que ya forma parte del patrimonio moral de la nación. La certificación del Consejo Nacional de Participación Ciudadana la define como “un ejemplo de periodismo apegado a los principios éticos, comprometido con la defensa de los sectores más vulnerables, especialmente con la justicia social”. Y es difícil encontrar una frase más certera.

La periodista que no se rinde ante el poder 

Durante su discurso —uno de los momentos más emotivos vividos en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD)— Edith volvió a demostrar por qué se ha convertido en brújula ética del periodismo dominicano. Con una claridad implacable afirmó:

“La corrupción no tiene patria, no tiene madre ni racionalidad… La corrupción sólo conoce el dinero, el contubernio, el engaño, la mentira y la codicia. La corrupción es una verdadera maldición.”

No es metáfora. Es diagnóstico. Es denuncia. Es una advertencia.
Lo dijo frente al presidente Luis Abinader, frente a magistrados, a procuradores, académicos, frente a colegas, frente a ciudadanos que la escuchaban conmovidos, sabiendo que su voz representa una verdad que demasiados temen pronunciar.

En alusión directa al caso SENASA, añadió:

“Hay que tener el alma muy vacía para robarle proteínas a envejecientes… Es demasiado duro, demasiado triste y demasiado amargo comprobar una vez más que la corrupción no tiene límites.”

Esa frase estremeció el salón. No solo por lo que revela del caso, sino por lo que revela de nosotros: de nuestras fallas como sociedad, de nuestras instituciones vulnerables, de nuestra capacidad de permitir que lo intolerable ocurra.

Y con la misma firmeza con la que denuncia, Edith señaló:

“Aunque duela, algo tiene que cambiar. La supervisión, las alertas y hasta la prensa nos hemos quedado cortos.”

Esa autocrítica elevó aún más la altura moral de su mensaje. En ella no hay arrogancia: hay conciencia, humildad y sentido de responsabilidad.

La ética como oficio y como destino

Edith ha construido su carrera sobre un principio fundamental: el periodismo no es entretenimiento, es un servicio público. Su visión es tan radical como necesaria:

“Para el profesional del periodismo es una obligación moral no callar frente a la ignominia, el abuso de los recursos públicos y el menosprecio de la vida de la gente trabajadora… No siempre seremos aplaudidos, y deberíamos preocuparnos si siempre nos aplauden.”

En tiempos donde muchos callan para no perder privilegios, ella habla para no perder dignidad. En tiempos donde algunos se venden, ella se aferra a la verdad. En tiempos donde se aplaude por negocio, ella incomoda por convicción.

Una vida dedicada a transformar  

La dimensión más humana de Edith es quizá la menos conocida, pero también la que más revela su esencia. Además de sus investigaciones y denuncias, dedica tiempo a acompañar y apoyar a niñas y jóvenes que enfrentan desigualdades profundas. Les enseña a pensar, a creer en sí mismas, a defender sus derechos, a entender que la educación es una forma poderosa de libertad.

Ese trabajo silencioso, sin cámaras ni discursos, demuestra que su lucha contra la corrupción no es solo institucional, sino humana. Ella combate el abuso desde arriba, pero también siembra esperanza desde abajo. Es coherencia pura.

Un reconocimiento que también reivindica la fuerza de la ciudadanía

Durante el acto, la coordinadora de Participación Ciudadana, Leidy Blanco García, subrayó la importancia simbólica del reconocimiento:

“Este reconocimiento representa un símbolo: la fuerza de la verdad, el valor de la independencia y el compromiso inquebrantable con la integridad… Ningún intento de silenciarnos prosperará.”

Sus palabras resonaron como un recordatorio de que la transparencia no depende solo de instituciones, sino de la voluntad colectiva de defenderla.

Edith, por su parte, pidió un aplauso no para ella, sino para la gente honesta de este país:

“Para las mujeres que trabajan de sol a sol, cargadas de dignidad; para los hombres que edifican su futuro con honestidad. Para toda esa gente que es así, démosles hoy un aplauso.”

Fue un gesto de humildad que estremeció al público. El reconocimiento se transformó en un acto emocional, profundo y colectivo. Muchos lloraron. Muchos se sintieron convocados. Muchos comprendieron que el país todavía tiene referentes.

Edith Febles no solo fue homenajeada: fue celebrada como fuente de inspiración.
Su discurso, cargado de verdad y de coraje, nos recordó que desde la humildad, el trabajo constante y la integridad se construyen valores que marcan vidas y esperanzas que alumbran naciones enteras.

El país necesita espíritus como el suyo

Edith Febles es una prueba viviente de que la transparencia no es un ideal abstracto, sino una práctica diaria; de que la ética no se predica, se encarna; de que la esperanza no se decreta, se construye. Su reconocimiento no fue un evento: fue una lección. Una celebración de valentía. Un acto que tocó corazones y renovó la fe en que todavía es posible cambiar este país.

Porque mientras existan voces como la suya, la corrupción tendrá límites.
Y mientras existan corazones como el suyo, la República Dominicana tendrá futuro.

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