
Una experiencia sensorial, visual y emocional que combinó música, danza, tecnología y literatura para rendir homenaje al arte y la identidad dominicana.
Por José Rafael Sosa
Música en movimiento fue una de esas vivencias artísticas que trascienden lo convencional. Sería un despropósito que se tratara de una única función, pues su calidad y profundidad merecen llegar a un público amplio, diverso y de todos los estratos sociales.
Esta producción, por su fuerza y nivel, debió tener múltiples presentaciones. Su grabación para la televisión pública y su difusión en redes sociales serían pasos lógicos, en momentos en que estas plataformas demandan contenido de alta factura, con valor cultural y emocional para el país. Fue, sin duda, una experiencia que deja huella en el alma.
El concepto nació del encuentro entre dos trayectorias excepcionales en la música y la danza: Veitía y Molina. A ello se suma la potencia literaria de Jeanette Miller, Premio Nacional de Literatura 2010, con su texto Macho Blusa, incluido en su primer libro de cuentos, finalista del Concurso de Casa de Teatro, y parte de la antología Vuelta al paraíso, de José Alcántara Almánzar.
La propuesta escénica atrapó desde el inicio, gracias a una escenografía original de gran formato, con múltiples planos verticales que sirvieron como soporte para proyecciones de imágenes impactantes. El uso del video mapping —proyección sobre superficies para transformarlas en lienzos dinámicos— añadió una dimensión visual innovadora que actualiza el lenguaje del espectáculo dominicano.
La coreografía se destacó por su precisión, limpieza e intensidad expresiva, con gestos y giros que superaron las fórmulas tradicionales. El vestuario, cuidadosamente diseñado, combinó elegancia, materiales nobles y simbología nacional.
La calidad cinematográfica del montaje se potenció con un diseño de luces expresivo, que no solo acompañaba, sino que también construía atmósferas propias. En escena, brillaron los músicos experimentados de la Orquesta Sinfónica Nacional —la más alta expresión colectiva de nuestra música—, con arreglos de gran sofisticación que partieron de versos populares como los de El Jarro Pichao.
Participaron tres generaciones de talentos del Ballet Concierto Dominicano y del Ballet Nacional Dominicano, cuyas técnicas pulidas enriquecieron la ejecución.
Uno de los momentos más reveladores fue el homenaje visual a la arquitectura victoriana y rural dominicana, mostrada con una sensibilidad pocas veces vista. Igualmente emotivo fue el tributo a grandes maestros de la pintura dominicana y a Vincent Van Gogh, cuyas obras cobraron vida en decenas de metros de proyección, fusionando tradición y vanguardia.
Además, esta puesta en escena demostró cómo la inteligencia artificial puede utilizarse con propósito y belleza en el arte escénico.
Música en movimiento no solo fue un espectáculo; fue una declaración de lo que el arte dominicano puede lograr cuando se une talento, visión y tecnología. ¡Que vuelva a suceder!