Por Lisandro Prieto Femenía.
Hoy los invitamos a reflexionar sobre una emoción cada vez más idealizada: la empatía. Este concepto, que consiste en comprender y compartir los sentimientos de los demás o, como decían nuestros abuelos, “ponerse en los zapatos del otro”, se ha convertido en una virtud exageradamente promovida en redes sociales y discursos públicos. Sin embargo, mientras se alaba la empatía, la sociedad avanza hacia una creciente fragmentación e individualismo.
Es inevitable preguntarse: ¿cómo es posible que, en una era que presume de pluralista y empática, las estructuras sociales y políticas parezcan cada vez más orientadas hacia el beneficio personal, dejando de lado la solidaridad genuina? La empatía, vaciada de contenido, ha pasado a ser una etiqueta social o una herramienta de persuasión, más que un valor auténtico. Este fenómeno ha sido explorado por pensadores como Zygmunt Bauman, quien, en Amor líquido, describió cómo la modernidad líquida fomenta una cultura de consumo que deshumaniza las relaciones, convirtiéndolas en transacciones superficiales. En este contexto, la empatía se reduce a un discurso vacío y superficial.
La tecnología y las redes sociales intensifican esta desconexión. Aunque plataformas como Facebook e Instagram simulan una cercanía constante, las interacciones que facilitan son en gran medida virtuales y despersonalizadas. A muchos nos ha pasado que personas participativas en redes sociales, cuando las encontramos en la calle, evitan el contacto visual o incluso un saludo. La psicóloga Sherry Turkle, en su obra Alone Together, señala que la tecnología, en lugar de acercarnos, ha llevado a un mayor aislamiento emocional, brindándonos una ilusión de compañía sin la profundidad que caracteriza la interacción cara a cara.
El impacto de este fenómeno es especialmente evidente en las generaciones más jóvenes, que crecen en un entorno donde la mayor parte de las interacciones ocurren a través de una pantalla. Esto les dificulta desarrollar habilidades sociales que requieren tiempo, atención y compromiso, como interpretar señales emocionales sutiles. Al no practicar estas habilidades, pierden la capacidad de empatizar genuinamente. Como señala el filósofo Emmanuel Lévinas, la verdadera empatía no es simplemente entender al otro desde nuestra perspectiva, sino un encuentro radical con el otro que nos interpela y nos obliga a responder a sus necesidades.
En una línea similar, el filósofo alemán Martin Buber, en Yo y Tú, propone que la relación auténtica entre los seres humanos debe basarse en un "tú" y no en un "ello", es decir, en reconocer al otro como un ser con dignidad y valor, y no como un objeto para nuestra conveniencia. Según él, la empatía surge cuando vemos al otro en su totalidad y nos comprometemos activamente, no cuando lo tratamos como un simple reflejo de nuestras emociones.
Frente a esta crisis de empatía, algunos proponemos revalorizar las relaciones auténticas y profundas. Para que la empatía sea genuina, debe ir acompañada de un compromiso ético y social real, de acciones que transformen nuestra comunidad en un lugar más humano. Esta idea encuentra eco en el filósofo brasileño Paulo Freire, quien en Pedagogía del oprimido defendió una educación activa basada en el diálogo y en la acción conjunta para el cambio social. Según Freire, la empatía auténtica no puede surgir sin una transformación activa del contexto social y político en el que vivimos.
En conclusión, la empatía en nuestra sociedad contemporánea parece atrapada en la hipocresía del discurso vacío y el aislamiento voluntario promovido por el individualismo digital. Sin embargo, como hemos visto, la empatía verdadera solo puede lograrse mediante un compromiso activo y transformador, uno que deje de lado las poses virtuales para construir una sociedad donde el bienestar común no sea un ideal abstracto, sino una realidad palpable y concreta.