El tiempo se agota y es prioritario decidir: empatía hacia la vida o codicia desmedida. En un planeta que exige acción urgente, nuestras decisiones marcarán la diferencia entre preservar nuestro hogar o destruirlo en nombre del beneficio inmediato.
Por José Rafael Vargas
Desde la Revolución Industrial, el aumento descontrolado de las emisiones de dióxido de carbono ha dañado gravemente la atmósfera, manifestándose en los cambios climáticos que observamos hoy. Ejemplos claros son los devastadores incendios en California y las frecuentes inundaciones que afectan a países como República Dominicana. Esta vulnerabilidad ante una naturaleza cada vez más furiosa es consecuencia directa de la ambición desmedida de unos pocos.
En un esfuerzo por mitigar los efectos del cambio climático y apoyar a las comunidades más vulnerables, cerca de 200 países firmaron el Acuerdo de París, un pacto histórico. Sin embargo, Estados Unidos, uno de los mayores emisores de CO₂ del mundo según el Global Carbon Atlas, ha decidido abandonar este compromiso, argumentando que perjudica su economía y desventaja a sus industrias. Esta decisión contradice la evidencia científica y llega en un momento crítico para la humanidad.
Las Naciones Unidas han equiparado el cambio climático con la seguridad alimentaria, dado su profundo vínculo. Las acciones que socavan los esfuerzos para frenar el calentamiento global representan una amenaza constante para países vulnerables.
Contrario a la postura de líderes como Trump, el crecimiento económico no está reñido con la sostenibilidad. Ambos pueden coexistir mediante alternativas como las energías renovables y la movilidad eléctrica. Estudios demuestran que una economía baja en carbono puede ser más rentable a largo plazo. No obstante, prevalece la obsesión por lo inmediato: perforación petrolera, fracking y consignas como "Drill, Baby, Drill".
Ante una naturaleza que responde con creciente ferocidad, ignorar lo evidente es imperdonable. Debemos reflexionar sobre el planeta que queremos dejar, pues no existe otro que nos brinde la posibilidad de respirar. Necesitamos un liderazgo responsable que priorice la vida sobre cualquier interés, porque sin vida no hay nada que preservar.
Esperemos que no sea demasiado tarde para entender que el poder es frágil y que las decisiones de hoy tendrán repercusiones inevitables en el futuro. Es imprescindible adoptar posturas que trasciendan el interés individual y prioricen el bienestar colectivo. Ha llegado el momento de abandonar el "yo" y empezar a construir desde el "nosotros".