Por Pedro de la Cruz
El llamado presupuesto participativo municipal (PPM) de la Alcaldía de Santiago, ha resultado todo un fiasco y carente de legalidad por el incumplimiento de la Ley 170-07.

Si definimos lo que es el PPM del municipio santiagués podemos decir a todo pulmón que ha sido sin la participación de los principales actores comunitarios o de sus legítimos representantes.
Veamos lo siguiente: el presupuesto participativo es un proceso de intervención directa, permanente, voluntaria y universal mediante el cual la ciudadanía, conjuntamente con las autoridades, delibera y decide la asignación de recursos públicos.
Es un proceso de consulta y diálogo entre la comunidad y las autoridades para definir las prioridades de inversión de un municipio. Se trata de dividir el territorio en el que se va a realizar la consulta sobre los presupuestos, englobando a todas las personas que se vean afectadas.
La idea de ese presupuesto consiste en formar diferentes secciones de pequeño tamaño para que cada una de las comunidades pueda realizar sus propuestas y debatirlas con argumentos válidos y deliberando, que es el fin de la democracia deliberativa.
Dejaron fuera prioridades comunitarias
En las selecciones de las obras no se tomó en cuenta las de interés y prioridad de las comunidades, se encasilló en un menú de obras que ofertaba la Alcaldía. Así las cosas primó la voluntad del Alcalde Abel Martínez y la dedocracia de funcionarios y regidores. Todo por el tema electoral del 2020, el aprovechamiento de la posiciones de poder, primaron sobre el interés del colectivo comunitario de Santiago.
Visto la definición del presupuesto participativo, la ley 170-07 y la 176-07, nos da la facultad de decirlo.
Existen dos categorías de obras municipales: la primera abarca las obras ejecutadas por administración (la decide el Alcalde) y la segunda las correspondientes al presupuesto participativo (la deciden las comunidades), esto es sine qua non.
Seguimos montados en la falta de institucionalidad y desorden que siempre nos impone el poder político.
La prédica y el discurso se hacen en vano si no son consecuentes con las acciones. Creerse saberlo todo y no escuchar a nadie constituye un grave error cuando se pretende ir más allá de otros estamentos de poder.