Desde los barrios de Santiago, un ingeniero y líder comunitario relata su camino de sacrificio, servicio y perseverancia, inspirado en la lealtad a sus convicciones y su propósito de vida.
Por Pedro de la Cruz
Ser leal a un propósito de vida. Desde niño, crecí en los vibrantes barrios de Santiago de los Caballeros, República Dominicana como Pueblo Nuevo, Ensanche Dolores, Ensanche Bermúdez, Ensanche Bolívar, Ensanche Román y Baracoa. Era una época de escasez, marcada por la ausencia de servicios básicos y las dificultades económicas que seguían al final de la Segunda Guerra Mundial. En ese contexto, aprendí lecciones de vida imborrables.
Mi padre, Gio, era chofer del transporte público, un oficio que transformaba cada día en una nueva aventura. En aquellos tiempos, el sistema alternativo requería cambiar el color de los vehículos a diario para garantizar igualdad de oportunidades entre los conductores. Esa dinámica nos convirtió en una pequeña empresa familiar, donde la disciplina y el trabajo colectivo eran la clave. Cada noche pintábamos el carro, reforzando nuestra unión y enseñándonos el valor del esfuerzo compartido.
A lo largo de los años, pasamos del transporte público a otros oficios, como las ventas ambulantes, trabajos de obrero en Nueva York y la creación de una red de cafeterías. Estas experiencias nos brindaron una visión amplia sobre el progreso, siempre basado en sacrificio y cooperación. Aunque tuvimos la oportunidad de quedarnos en el extranjero, decidimos regresar a nuestra tierra. ¿Por qué? Porque entendimos que en el sistema americano seríamos solo un número, una pieza más en una máquina enfocada únicamente en la producción.
De vuelta en casa, desarrollé una perseverancia que me permitió alcanzar el más alto grado académico en la PUCMM y especializarme en Ingeniería Eléctrica. Mi carrera me llevó a liderar proyectos industriales y comerciales que han transformado nuestra ciudad.
Mi pasión por servir me llevó a participar activamente en causas sociales. Mi primer proyecto altruista fue con la Defensa Civil, donde ayudé a rescatar la planta de agua potable de Santiago tras el paso del huracán David. Desde entonces, he trabajado en numerosas iniciativas comunitarias, fundando instituciones y ocupando posiciones públicas con el propósito de aportar al bienestar colectivo.
Hoy puedo decir con certeza: cuando se quiere, se puede. La lealtad a nuestras convicciones nos impulsa a construir un futuro mejor para todos. Por eso, te invito a reflexionar sobre tu propósito de vida, ese norte que guía tus acciones y te conecta con tu comunidad. Solo así podemos ser agentes de cambio genuinos y trabajar juntos por un mundo más justo y solidario.
Este relato no solo narra mi camino personal, sino que es un llamado a todos los que desean marcar la diferencia: ¡sean fieles a su propósito! La vida está llena de oportunidades para servir y prosperar juntos.