El poder transforma a muchos líderes, llevándolos a perder de vista sus promesas y desconectarse de sus comunidades. Sin vigilancia ciudadana, este ciclo de egocentrismo político persistirá.
Por Pedro de la Cruz
El ascenso al poder puede ser tan embriagador como el consumo excesivo de alcohol: provoca una pérdida de contacto con la realidad. Muchos imaginan que, al alcanzar la cima de la influencia política, los líderes actúan con prudencia e inteligencia. No obstante, suele suceder lo contrario. En lugar de permanecer conectados con sus raíces y sus promesas, muchos políticos parecen caer en un estado de egocentrismo que nubla su juicio.
Este fenómeno no requiere de un análisis psicológico profundo. Al llegar a la cúspide del poder, algunos políticos desarrollan una visión distorsionada de sí mismos, creyéndose casi figuras divinas y sintiendo que todos dependen de ellos. Este ensanchamiento del ego les hace olvidar el camino recorrido, desarrollando una especie de amnesia selectiva hacia quienes los apoyaron y hacia las promesas que hicieron.
Este ciclo se repite una y otra vez, especialmente en contextos electorales de la República Dominicana y otros países en desarrollo. Una vez en el poder, muchos líderes pierden el interés por el bienestar colectivo.
Uno de los sectores más afectados por este fenómeno es el comunitario, en particular las Juntas de Vecinos, que representan la voz de las comunidades. La desconexión entre los políticos y las realidades de sus ciudadanos resulta alarmante. Hasta que los líderes comunitarios no comprendan que poseen un poder social que solo se fortalece con la unidad, este ciclo seguirá repitiéndose sin cesar.
Es fundamental que los votantes mantengan una vigilancia constante sobre sus representantes y exijan responsabilidad. Solo así será posible romper este ciclo vicioso en el que el poder embriaga y distorsiona.