Las religiones han contribuido a que aquellos que no son culpables de las grandes desigualdades sociales se sientan culpables ante Dios y vivan pidiendo perdón por las injusticias y crueldades que los verdaderos culpables infligen al planeta y a la vida en sus distintas formas y especies.
Es absurdo e injusto que, por creernos seres espirituales, permanezcamos inertes ante los grandes males sociales y no responsabilicemos a los verdaderos culpables por sus malas actuaciones y desafueros diarios que ponen en tela de juicio la verdad y lo esencial.
¿Existe un motivo contundente e irrefutable para sentirnos y creernos pecadores, viviendo en un drama de flaqueza y auto-descalificación?
¿Dónde están las evidencias que aseguran la existencia de un "Jardín del Edén" y la expulsión del hombre y la mujer de ese lugar por causa del "Pecado"?
¿Quién estuvo presente cuando Dios creó todo y escribió y describió esos acontecimientos extraordinarios y atemporales?
El "Génesis", primer libro de la Biblia cristiana, no es más que un cuento mitológico, posiblemente adaptado del monoteísmo y con influencia de la mitología mesopotámica según algunas investigaciones.
Durante siglos hemos arrastrado la culpa del "Pecado original" basado en un mito, y los líderes religiosos se aprovechan de él para coartar el pensamiento independiente y la rebelión contra cualquier forma de manipulación dentro o fuera de la congregación.
Al condenar la rebeldía bíblicamente y considerarla un pecado, descansan sus predicaciones en ese argumento para manipular y alejar a las personas del conocimiento científico, haciéndolas sentir contritas, humilladas e imperfectas, incapaces de contribuir a las grandes transformaciones sociales que requieren rebeldía.
Lo más grave de esta obnubilación fundamentalista es que millones de personas en el mundo creen en este fallo de origen que nos persigue como un fantasma, lo que lleva a perdonar o pasar por alto acciones que destruyen y descomponen una sociedad, justificándolo como un acto de amor.
Las religiones han contribuido, de un modo u otro, al estancamiento cognitivo del ser humano, haciéndolo sentir culpable y deudor de lo incierto. Estas culpas religiosas no solo acallan nuestro yo interior, sino que también encadenan a aquellos con una mentalidad vacilante y poco ilustrada.
Superar estas barreras mitológicas y encontrarnos desde una espiritualidad menos aflictiva y más comprometida con la realidad es la tarea del momento. Nuestra capacidad para asimilar la verdad determina lo que somos y seremos, ya que solo a través de la verdad podemos ser libres, entender plenamente la vida y brindar libertad a los demás.
Las religiones han tergiversado la verdad mediante el uso del ingenio y la fantasía, creando una envoltura altamente filosófica para disfrazar la realidad y perpetuar los remanentes del oscurantismo a lo largo del tiempo.
Conocer a Dios desde lo que somos es hacer posible la armonía y el bienestar colectivo. Es una cuestión de conciencia, observación y acción, ya que solo a través de la conciencia podemos observar para actuar y actuar para reivindicar, haciendo tangible lo que el dogmatismo religioso ha postergado: una comprensión más humana, sensible y acertada de todo lo que nos rodea, del orbe en toda su magnificencia y de la vida en sentido general.