La política dominicana enfrenta una transformación preocupante: de un espacio de debate a un negocio lucrativo. Líderes engañan a comunidades vulnerables, perpetuando pobreza y desilusión. Urge transparencia y compromiso ciudadano.
Por Pedro de la Cruz
En la República Dominicana, el panorama político ha sufrido un drástico deterioro. Lo que alguna vez fue un espacio para el debate de ideas y la construcción de una sociedad más equitativa se ha transformado en un negocio donde priman las ganancias personales sobre el bienestar común.
Los políticos actuales, con su doble discurso, se presentan como líderes comunitarios, manipulando a los sectores más vulnerables y perpetuando un ciclo de pobreza y desilusión.
En los años 70, la política era un terreno fértil donde diferentes doctrinas competían en un ejercicio de democracia auténtica. Hoy, ese enfoque ha cambiado radicalmente. La política se ha convertido en la vía más expedita hacia el enriquecimiento personal, con los intereses de partido y los beneficios económicos de los políticos como prioridad absoluta.
El costo de obtener un curul en el Congreso resulta exorbitante, y los sueldos percibidos durante el mandato no justifican semejante inversión. Esto plantea una inquietante interrogante: ¿cómo logran financiar estas aspiraciones? La respuesta parece estar en un sistema de beneficios ocultos, donde las promesas vacías son la norma.
El disfraz que utilizan estos políticos recuerda los cuentos de nuestra infancia. Como el lobo disfrazado de abuelita, estos líderes se infiltran en las comunidades, proyectándose como salvadores. Participan en juntas de vecinos, organizan eventos y hacen promesas de soluciones inmediatas. Pero detrás de estas acciones, solo buscan votos y poder. Aprovechan la falta de educación y las carencias de los más desprotegidos, quienes, desinformados y desesperanzados, depositan su confianza en ellos, sin ver resultados reales.
Es momento de que los ciudadanos despierten de este letargo. La política no debería ser un espectáculo ni un disfraz que encubra la verdad. La sociedad debe exigir transparencia, rendición de cuentas y, sobre todo, un compromiso genuino con el desarrollo de las comunidades.