Por Ramón Antonio Veras
Una acción criminal teñida de sangre no sólo daña a la víctima directa, sino que sus consecuencias alcanzan a familiares, seres queridos y a la parte más sensible y limpia de la sociedad. Las secuelas del crimen, su derivación, a veces van más allá de los objetivos dañinos perseguidos por los autores y patrocinadores.
La tentativa de asesinato contra mi hijo Jordi, ejecutada el 2 de junio de 2010, le causó lesiones permanentes en su cuerpo, y las mismas ha repercutido en forma terrible en todo su entorno, y particularmente a mí en el orden de salud y emocional. Pero nada, el hecho ocurrió, Jordi no lo provocó y yo nunca pensé que un acto tan abominable llegaría a alcanzar a uno cualquiera de mis hijos.
Han transcurrido 78 meses desde que sucedió el operativo de sicariato financiado por Adriano Román y ejecutado por un equipo profesional del crimen. Durante este tiempo, arrastrando ese hecho doloroso, he tratado de cumplir con mi responsabilidad como padre y compromiso con la comunidad dominicana que le repugna la impunidad e indiferencia ante el delito.
No estoy formado para cargar pesares, anidar rencores ni vivir bajo pesadilla. Debo seguir adelante sin tormentos, quejas ni gemidos. El caso de mi hijo Jordi es mío, como también los han sido las de otros dominicanos y dominicanas a quienes ante la injusticia, con satisfacción y sin paga alguna, ni espera de agradecimiento, he prestado mi concurso y solidaridad plena.
En el caso de mi hijo Jordi, mentalmente he hecho una especie de pacto irrevocable con la perseverancia, tenacidad y tozudez porque me siento encadenado con el deber de que triunfe la justicia y aferrado al ideal de que en los tribunales sea vencido la criminalidad en la modalidad de sicariato en el crimen organizado.
Ha sido un logro para mí permanecer con vida durante todo el período de la investigación y proceso judicial del expediente que en forma ininterrumpida he alojado en mi mente por más de seis (6) años, soportando pesadumbres de todo tipo. Quiero continuar formando parte del mundo de los vivos por lo menos hasta que finalice el trance, la dificultad que la criminalidad organizada, pagada por Adriano Román, colocó como tormento en el centro de mi familia quitando la tranquilidad espiritual que creí tener derecho al llegar a mi tercera edad.
La justicia imperará
Mientras tanto me mantengo a la espera de los resultados de los recursos de casación interpuestos. Aguardo con la creencia de que la justicia imperará a la expectativa para ver si termina mi calvario. La desesperación y la desesperanza nunca han estado en mí, porque soy persona de convicciones, constancia e ideales.
Finalmente, aprovecho la ocasión para hacer del conocimiento de la opinión pública nacional lo siguiente:
Que no escapa a mi conocimiento el interés de Adriano Román, de estar en su casa planificando y pagando nuevos crímenes, y que el deseo suyo de irse a su hogar coincide con la intención de algunas personas, por conveniencia económica, de que así sea.
A los desesperados por obtener dinero a cambio de que Adriano Román, regrese a su morada, les recuerdo que legalmente el Centro de Corrección y Rehabilitación Rafey Hombres, es el único lugar donde le corresponde permanecer a Román.
El estado de salud de Adriano Román, y la autorización concedida para contraer matrimonio, no puede ser utilizado para favorecerlo con fines inconfesables. Los movimientos del señor Román, mientras permanezca cumpliendo condena, interesan a la seguridad pública, a la sociedad y a toda mi familia.