Trágica tormenta: rayo mortal acaba con 17 reses bajo un árbol de mango en Dajabón

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Anoche, en medio de una fiesta tempestuosa, un rayo desató su furia sobre un ganado refugiado bajo un árbol de mango en la comunidad El Corozo, Dajabón. La naturaleza impetuosa se cobró la vida de 17 reses, dejando al propietario devastado y en busca de ayuda gubernamental.

Por Valentina Garcia

Loma de Cabrera, Dajabón, República Dominicana. La noche del pasado domingo se convirtió en una danza oscura de relámpagos y truenos, anunciando la llegada de la tormenta. Bajo el abrazo frondoso de un árbol de mango, un ganado indefenso buscaba refugio. Pero el destino, caprichoso y cruel, tenía otros planes.

La furia del cielo estalló en un único instante, cuando un rayo enceguecedor se abalanzó sobre el árbol protector. En su impulso irrefrenable, arrancó la vida de diecisiete reses que, desamparadas, luchaban por sobrevivir a los embates de la naturaleza indomable. Un golpe fulminante que dejó al descubierto la fragilidad de la existencia.

El dueño de aquellos seres ahora desaparecidos, el ganadero Ramón Faña, se convirtió en testigo y víctima de una tragedia que se desencadenó sin piedad. "Eran cinco vacas lecheras, once vacas preñadas y un toro reproductor", afirmó con voz entrecortada, mientras sus ojos se llenaban de una tristeza profunda.

El árbol de mango, que alguna vez fue refugio, se convirtió en símbolo de la fatalidad. Las lluvias torrenciales y los vientos desatados azotaron inclementes el terreno. Pero eran las descargas eléctricas, aquellas chispas celestiales que desatan el terror y la destrucción, las que sellaron el destino de aquel rebaño infortunado.

Consciente del peligro que acechaba a quienes consumieran la carne de sus seres amados, Faña tomó una decisión dolorosa. Cavó un profundo hoyo, que se convirtió en tumba, para sepultar a sus compañeros caídos. Allí reposarían, en el seno de la tierra, lejos de miradas ajenas y del deseo insaciable de la desgracia.

Las consecuencias de esta fatídica desventura no solo se quedan en el ámbito emocional. La pérdida económica, estimada en un millón de pesos, se cierne sobre Ramón Faña como una sombra implacable. El sustento de muchos días, el fruto de su trabajo incansable, fue arrebatado por una fuerza que no entiende de razonamientos ni ruegos.

Ante la magnitud de la tragedia, el ganadero clama por ayuda. Sus ojos, una mezcla de tristeza y esperanza, buscan en el horizonte la llegada de una respuesta que alivie su pesar y le permita recuperar lo perdido. En manos del gobierno descansa la posibilidad de sanar las heridas, de volver a sonreír entre el campo y la sabana.

El rayo, aquel mensajero de la ira celestial, ha dejado una marca imborrable en la vida de Ramón Faña. Su lucha, ahora, se convierte en una súplica desesperada. Que la justicia del destino le otorgue una mano extendida, una oportunidad para renacer entre los escombros de la tragedia, y que la naturaleza, alguna vez indómita, se muestre bondadosa con aquellos que padecen su embiste inmisericorde.

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