Un poema de Rubén Darío, una canción de Serrat y una reflexión desde la mirada de un perro sobre la violencia humana.
Por Pedro Domínguez Brito
Perros y lobos comparten casi la misma genética. A los primeros los domesticamos; a los segundos, no. Ambos son protagonistas de este artículo: Serrat, mi husky siberiano —bautizado en honor a Joan Manuel Serrat, el célebre cantautor español—, y el poema Los motivos del lobo, del insigne poeta nicaragüense Rubén Darío.
Días atrás, al publicar en mis redes una foto “conversando” con mi perro, una vecina distinguida me comentó: “No le hables de cómo está el mundo, para que Serrat conserve su nobleza. Es mejor que no sepa de guerras; el odio nos invade”. Le respondí: “Así es, tampoco yo entiendo lo que ocurre en el planeta”.
De inmediato vino a mi mente el poema de Darío. Y con suma cautela, para no perturbar la inocencia de Serrat, traté de hablarle sobre el respeto a la vida del otro, mientras sonaba una canción de su tocayo: “Se arman hasta los dientes en el nombre de la paz, juegan con cosas que no tienen repuesto y la culpa es del otro si algo les sale mal. Entre esos tipos y yo hay algo personal”.
Los motivos del lobo cuenta la historia de San Francisco de Asís, una aldea y un lobo salvaje que sembraba el terror. El santo enfrentó al animal y lo convenció de pactar la paz con los aldeanos, a cambio de alimento y buen trato. La armonía duró poco: el lobo fue rechazado, golpeado y expulsado por los propios humanos. Entonces volvió a su naturaleza feroz. San Francisco, tras escuchar al lobo, solo pudo rezar: “Padre nuestro, que estás en los cielos…”.
Hoy, ante tanta guerra e intolerancia, imitemos a San Francisco y al noble Serrat. No seamos como los aldeanos… ni como el lobo.