Reflexiones éticas sobre la miseria humana y la responsabilidad hacia los demás

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Explorando el concepto de miseria desde distintas corrientes filosóficas, destacados pensadores como Schopenhauer, Nietzsche y Sartre revelan su perspectiva sobre esta condición humana, mientras Levinas propone una ética del cuidado del otro como respuesta.

Hoy quiero invitarlos a reflexionar sobre un concepto que nos remite constantemente a un aspecto lamentable de la existencia humana, la "miseria". Intentaremos abordarlo desde un enfoque ético y existencial, ya que podemos entenderlo como una condición inherente a nuestra naturaleza, así como un estado o situación del cual es extremadamente difícil escapar.

Comencemos analizando los términos. Por un lado, la palabra "miseria" tiene su origen en el término latino "míserum", que se utiliza para describir un estado de desgracia digno de compasión debido a su lamentable condición. Se refería a una persona específica afectada por la desgracia o una adversidad que la abrumaba por completo. Históricamente, y especialmente en las lenguas romances, se ha asociado más con la pobreza extrema y también con la actitud de ser tacaño o mezquino (en muchos países, se considera "miserables" a aquellos que muestran su despreciable individualismo). No es casualidad que encontremos en "miseria" la raíz "míser", que se refiere al doliente que suplica clemencia con la palabra "misericordia" o aquel que, al ver el sufrimiento del otro, lo atiende sin necesidad de que se lo pidan.

Arthur Schopenhauer otorgó a la miseria un lugar fundamental en su filosofía pesimista. Partiendo de la premisa de que la existencia humana se caracteriza por el dolor constante, la desilusión y la consiguiente frustración, interpretaba la miseria como una condición predominantemente humana con la cual inevitablemente debemos lidiar. Forma parte de nuestra naturaleza la miserable condición de una vida que carece de valor y expone su verdadera naturaleza si no se le añade un sentido que valga la pena. Además, Schopenhauer añade un elemento adicional: la lucha por la supervivencia, traducida en una vida marcada por la competencia constante y la falta de empatía entre individuos y entre ellos y su entorno, lo cual no hace más que perpetuar un estado de miseria social o comunitaria. ¡Siempre alentándonos, Arthur!

En su obra "Así habló Zaratustra", Nietzsche describe la máxima condición de miseria en la figura del "último hombre", caracterizado por estar atrapado en la mediocridad y el conformismo, evidenciado por su falta de "aspiraciones elevadas" y su temor a experimentar cualquier desafío que perturbe su comodidad. Este estado de vida mediocre representaría, para Friedrich, una forma clara de miseria plasmada en una existencia totalmente trivial y superficial, incapaz de desafiar los límites de su potencial y alejada de cualquier pretensión de superación. Este "último hombre", este parásito, es un ejemplo de negación de la vida y de la voluntad de poder, ya que no puede enfrentarla en la tempestad de sus desafíos, huye como un cobarde del sufrimiento y evita superar cualquier obstáculo propio de una existencia digna o auténtica. En resumen, para Nietzsche, la miseria radica en la cobardía que representa abrazar la mediocridad y la comodidad por miedo a enfrentar la verdadera vitalidad y todas sus potencialidades, las cuales requieren cierta fortaleza que pocos están dispuestos a demostrar.

Posteriormente, Jean-Paul Sartre, en su obra "Los caminos de la libertad", examina directamente la miseria como una condición humana en la cual el individuo se encuentra atrapado sin salida, inmerso en una existencia totalmente carente de autenticidad que lo lleva a negar su libertad individual. Desde esta perspectiva, la "miseria" no tiene tanto que ver con las privaciones materiales, sino más bien con la pérdida de sentido y propósito en la existencia. Sartre considera que somos seres condenados a la libertad, lo cual implica la responsabilidad de dar significado a nuestras vidas a través de nuestras acciones y elecciones. La miseria se revela cuando los individuos se niegan a asumir su libertad, optando por una vida completamente inauténtica en la que permiten que otros impongan sus voluntades y valores. Es importante recordar que Sartre denomina a esta actitud de autoengaño "mala fe", propia de personas que evaden sus responsabilidades y niegan, en consecuencia, sus libertades. La miseria aquí es, sin duda, una forma de alienación que nos sumerge en una existencia verdaderamente lamentable.

Autores como Foucault también examinaron la miseria desde el punto en el que la dejó Schopenhauer, interpretándola como marginalidad en relación con las estructuras de poder y las instituciones sociales. Específicamente en su obra "Vigilar y castigar", aborda cómo el poder puede llevar a las personas a condiciones de miseria, y cómo las instituciones sociales establecidas sirven para perpetuar, controlar y normalizar la miseria en ciertos grupos de la población.

Entonces, ¿qué hacemos con todo esto? ¿Nos rendimos bajo el pretexto de considerarnos seres miserables por naturaleza? ¿Normalizamos la miseria propagada y perpetuada por las instituciones sociales? ¿Caemos en una patética moralina mediocre mientras lamentamos en las redes sociales las atroces consecuencias de la miseria?

Para abordar estas preguntas, ofreceremos una de las muchas posibles lecturas que se enfrentan al problema. Se trata de Emmanuel Levinas y su enfoque ético, que hace hincapié en la responsabilidad hacia nuestros "otros". Gran parte de su filosofía se centra en la importancia de reconocer y responder a la vulnerabilidad y el sufrimiento de aquellos que están pasando por momentos difíciles. Para ello, nos propone una interpretación sobre cómo enfrentar la miseria a través de una ética del cuidado del otro.

En su obra "Totalidad e infinito", Levinas sostuvo que el rostro del otro nos interpela, despertando una responsabilidad casi inevitable hacia el sufrimiento de los demás. El encuentro con nuestros "otros" es un llamado ético que nos obliga a trascender nuestra individualidad para estar atentos a las penurias ajenas.

Como podemos apreciar, la propuesta de Levinas se centra en romper con la indiferencia y la pasividad tan naturalizadas y arraigadas que solemos tener frente al sufrimiento de losmiembros de nuestra comunidad. Nos invita a practicar una "hospitalidad infinita" en la cual el encuentro con los demás se convierte en una oportunidad para acoger a aquellos que están sufriendo, quienes experimentan una miseria que se manifiesta en una serie de necesidades básicas que, en el fondo, sabemos que podrían evitarse en su gran mayoría. Sin embargo, nada de esto sería posible sin los valores de compasión, solidaridad y responsabilidad que debemos asumir como seres sociales hacia nuestros semejantes. Se trata de una ética en la cual el cuidado y la preocupación son las únicas garantías para vivir en una sociedad más justa y menos inhumana.

Ahora bien, ¿por qué utiliza Levinas el término "rostro" en su planteamiento ético? Básicamente, porque el rostro del otro representa el desafío ético más claro al denotar la vulnerabilidad y singularidad de cada individuo. Es fundamental reconocer la particularidad de cada rostro, que encierra su historia de luchas, con sus respectivas derrotas y victorias. Pero aún más importante es la mirada, el acto de mirar, el deseo de apreciar a través de la visión las necesidades, los llamados de auxilio y las suplicas de misericordia ocultos en cada poro y arruga de nuestros rostros. En definitiva, lo que Levinas nos enseña es la importancia de "saber mirar", lo cual depende exclusivamente de nuestra responsabilidad ética de "querer mirar" aquello para lo cual la sociedad del consumismo superficial nos ha entrenado para "evadir".

No es coincidencia que a muchos de nosotros nos resulte crucial el contacto visual al interactuar con alguien: una mirada esquiva es una metáfora de una forma de vida que evita asumir responsabilidad en los ámbitos del ser, el conocer y el actuar. Un ser humano acostumbrado a apartar la mirada de los demás se está privando de la experiencia de conectarse con ellos, ya que su actitud prescinde de la importancia de la existencia de otros seres que pueden y deben "estar conmigo". En términos sencillos, al mirarte, te conozco, te reconozco, te leo, te entiendo, me pongo en tu lugar y actúo en consecuencia.

Tampoco es casualidad que hayamos sido educados en una sociedad en la cual es "normal" no sentirnos responsables por nadie, en la cual el sufrimiento y la vulnerabilidad del otro son asuntos ajenos, y en la cual el egoísmo se ha disfrazado de "desarrollo personal" expresado en absurdos clichés como "me lo merezco", "es mi vida", "mi tiempo y mi espacio en el mundo", y una interminable lista de frases que solo sirven para enfatizar la peor de todas las miserias: la creencia de que nuestro bienestar es una conquista personal e individual y de que aquellos que no lo comparten simplemente no han hecho lo suficiente para alcanzarlo o, peor aún, "han hecho algo malo". Así es como estamos.

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