Mujer, madre y empresaria en defensa de sus derechos 

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Por Mario Antonio Lara Valdez

Toda mujer que asume el doble rol de madre y empresaria debe comprender que, en un divorcio, la equidad es un principio innegociable. No se trata únicamente de bienes inmuebles o dinero depositado en bancos, sino también del tiempo invertido en la formación de una familia. Ese tiempo compartido, que muchas veces se divide entre jornadas laborales interminables y el cuidado del hogar, merece igual reconocimiento.

Las relaciones de pareja atraviesan distintas etapas: algunas semejan una luna de miel, otras se convierten en infiernos prolongados. Cada experiencia, sea dulce o amarga, deja aprendizajes que marcan el rumbo de la vida.

En ocasiones, observamos matrimonios entre personas de diferentes nacionalidades que logran acumular fortuna. Sin embargo, con frecuencia se olvida el papel de los padres que, mediante contactos sociales o aportes económicos, contribuyeron a la estabilidad de esa unión. Triste resulta cuando la avaricia de uno de los cónyuges borra de un plumazo la gratitud hacia esa familia que alguna vez actuó como sostén y padrino de la prosperidad de ambos.

El dolor se multiplica cuando, además, la ausencia de seres queridos se convierte en excusa para herir aún más a la mujer. La partida de una bisabuela, apoyo emocional hasta sus 99 años, deja huellas en los abuelos que sufren doblemente: por la hija y por la nieta. En medio de ese luto, enfrentan la injusticia de un hombre que pretende adueñarse del patrimonio compartido, ignorando que el bienestar de la hija en común debía ser la verdadera prioridad.

Resulta indignante que, tras haber recibido cuidados incondicionales durante una grave enfermedad —atenciones brindadas por la esposa, la hija y la familia política—, ese hombre hoy desconozca la justicia y la solidaridad que alguna vez lo salvaron. No se trata de exigir agradecimiento eterno, pero sí de actuar con humanidad y respeto.

Cuando una relación termina, la dignidad exige cerrar ciclos con decoro. Los hijos son anclas vitalicias y, por ellos, debe imperar la cordura. Al despedirse, no solo se deja atrás una etapa, también se abre la oportunidad de reflexionar sobre el pasado, el presente y el futuro.

Hoy, en la mitad de mi vida, elevo a Dios la petición de mantener la frente en alto, guiado por los valores éticos y morales que mis abuelos, padres, padrinos y maestros de vida me inculcaron. En mi camino no habrá espacio para la crueldad ni la frialdad del corazón, mucho menos para la ausencia del alma.

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