La radio y televisión actuales impulsan música vacía, apagando la esencia navideña que unía al pueblo. Un llamado a preservar el espíritu tradicional en medio de la modernidad.
Por Carlos Ricardo Fondeur Moronta
Las emisoras de radio y televisión en República Dominicana han cambiado drásticamente, y con ellas, la esencia de la música navideña. En décadas pasadas, la llegada de octubre traía una brisa única que anunciaba la Navidad.
En cada rincón del país, la música de artistas como Johnny Ventura, Joseíto Mateo y el Combo de Félix del Rosario creaba un ambiente festivo que trascendía edades y clases sociales. Era una época invaluable, donde todos, sin distinción, compartían el mismo espíritu y el pueblo se unía en una alegría que solo la música podía dar.
Se vivía una conexión auténtica con la tradición: la limpieza de las latas de aceite para preparar el jengibre, la expectativa de los juguetes para el 24 de diciembre y, si el dinero escaseaba, la promesa de la Vieja Belén. El repertorio de canciones dominicanas y puertorriqueñas en las emisoras nacionales daba vida a una llama de emoción que parecía inextinguible, fortaleciendo el lazo familiar y cultural.

Sin embargo, en los tiempos actuales, los medios parecen haber dejado de lado esa conexión cultural y sentimental. Las emisoras y canales de televisión, junto con el gobierno, han sido cómplices en la extinción de aquella chispa que unía al pueblo durante las festividades. Las orquestas y los cantantes populares que una vez fueron el alma de las fiestas se han desvanecido, y con ellos, también los actores, actrices y locutores que avivaban el espíritu navideño.
Hoy, en lugar de música que celebra nuestras tradiciones, se promueven contenidos que carecen de mensaje y valores, en una especie de "juego sucio" que incentiva la música vacía y sin contenido. La música debe evolucionar, es cierto, pero sin perder los principios que ayudaron a aliviar las pesadas cargas de generaciones pasadas, marcadas por pobreza, guerras y calamidades. Diciembre y enero eran momentos de paz, tiempos en los que la naturaleza misma parecía invitarnos a una pausa, a recargar el alma.
A pesar de los intentos por rescatar la tradición —cartas enviadas a las emisoras y solicitudes al gobierno para preservar el repertorio navideño—, el eco de aquellos esfuerzos nunca llegó. La era de la música con propósito parece haber sido reemplazada por una máquina de entretenimiento vacío, respaldada incluso durante las festividades por mensajes que exaltan un contenido banal y hasta insultante.
La juventud se encuentra atrapada en una maraña de incertidumbre, expuesta a canciones sin profundidad que distorsionan la cultura y los valores. La música, como medio de expresión, debe mantener un propósito, y el mantenimiento de las costumbres navideñas sigue siendo un acto de amor hacia nuestros mayores y hacia quienes vienen detrás. Aquello que sirvió a nuestros ancestros bien podría servirnos ahora, siempre que lo adaptemos a los tiempos.
Como decía nuestra madre: “Todo lo que hay en el plato es bueno”. Así, la música y las tradiciones que alimentaron el espíritu de nuestra niñez aún tienen mucho por ofrecer, si logramos que quienes dirigen la cultura comprendan su verdadera importancia.