En el apogeo del proselitismo: ruido ensordecedor y caos

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Carlos Ricardo Fondeur Moronta. El autor es periodista, ensayista literario, crítico de cine, articulista, residente en Santiago de los Caballeros, República Dominicana.

Enero a mayo: cacofonía electoral

Por Carlos Ricardo Fondeur Moronta

En pleno apogeo de las actividades proselitistas, entre enero y mayo, los colmados y barrios periféricos del Gran Santo Domingo y Santiago se vieron saturados de ruido ensordecedor. Aprovechando la pausa en los operativos antirruido de la Policía Nacional durante las elecciones, equipos de sonido atronaban las calles a manos de dueños de colmados y jóvenes.

Un microcosmos de desorden

Caminar por calles como las del municipio de Herrera en Santo Domingo Oeste o detenerse en Villa Francisca, en el Distrito Nacional, era como sumergirse en el mismo bullicio del sector céntrico de Pueblo Nuevo, Ensanche Bermúdez, Ensanche Libertad o Los Salados en Santiago.

Los colmados, e incluso pequeños negocios, se transformaron en bares improvisados, operando a toda hora, solo interrumpidos por ocasionales atracos o riñas entre vecinos provocadas por el alto volumen. La Policía Nacional, ausente en el control del ruido, parecía estar en una larga siesta, mientras el dinero se gastaba más en bebidas alcohólicas que en comida. Un panorama desolador que reavivaba la idea de que a los dominicanos nos atrae más el gasto que la inversión.

Bocinas infernales y el tormento del autismo

Bocinas atronadoras que alcanzaban los 100 decibeles convertían la vida de un pequeño grupo de personas ebrias en un tormento para toda la barriada. Un ejemplo del sistema de "dejar hacer" que caracteriza a una sociedad sin escrúpulos. "Hay que dejarlos un tiempo. Estamos en elecciones", era la frase recurrente entre quienes defendían el desorden.

Este escenario caótico se repetía año tras año, aprovechando las fiestas navideñas, que a menudo comenzaban antes de tiempo y se extendían hasta el nuevo año. Por vicio de repetición, muchos ni siquiera notaban que diciembre ya había pasado. La rutina era la misma: alcoholismo desenfrenado, desorden callejero, peleas de borrachos y ganancias exorbitantes para las licoreras.

Las personas con Trastornos del Espectro Autista (TEA) sufrían en silencio este escándalo ensordecedor. Su hipersensibilidad auditiva, hasta veinte veces mayor que la de una persona normal, los convertía en víctimas vulnerables ante la cacofonía de instrumentos que transformaban las calles en un infierno sonoro.

Perros perdidos, niños vulnerables y ecosistemas en riesgo

Los perros domésticos, desorientados por el ruido, escapaban y se perdían, muchos con un trágico final bajo las ruedas de los vehículos. Los niños, los más afectados por estas pérdidas, acumulaban en su vulnerabilidad daños emocionales que se manifestarían en su juventud: rabietas, inconformidades, falta de amor hacia sus padres y hermanos, e incluso dificultades para formar un hogar estable.

Según los especialistas de la Fundación AQUAE, una organización sin fines de lucro dedicada a la protección del medio ambiente con sede en Madrid, España, la contaminación acústica no solo afecta la salud humana, sino también degrada el medio ambiente. El transporte, la construcción, el tráfico aéreo y la industria son las principales fuentes de ruido ambiental, a menudo subestimadas, pero con graves consecuencias para nuestros ecosistemas.

La respuesta institucional: ¿insuficiente?

La gravedad de la situación generada por los equipos de música a alto volumen en la República Dominicana llevó a la creación de una unidad dentro de la Policía Nacional para el control de decibelios. Sin embargo, la definición de "ruido" proporcionada por la Real Academia Española (unidad de intensidad acústica equivalente a la décima parte de 1 belio) y el Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico (Madrid) – cualquier sonido superior a 65 decibelios durante el día y 55 durante la noche – parece insuficiente para abordar la magnitud del problema. La OMS, por su parte, señala que el ruido procedente de actividades de ocio y tiempo libre supera con frecuencia los 70 decibelios durante las 24 horas del día.

Es hora de poner fin a la fiesta

Los caribeños tenemos una peculiaridad: salimos a la calle a "bochinchear" y regresamos a casa para continuar la fiesta, sin importar las consecuencias: pérdida de la moral, el crédito, la pareja, la buena vecindad e incluso la salud. En República Dominicana, lo llamamos "fiesta hoy, mañana gallo", una frase que refleja la primacía del disfrute inmediato sobre las repercusiones a largo plazo.

Las justificaciones para las fiestas callejeras ya no son válidas.

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