El pesimismo filosófico no es derrota, sino una reflexión profunda sobre la vida. Rechaza el optimismo vacío y nos invita a aceptar el sufrimiento como parte esencial de nuestra existencia.
Por Lisandro Prieto
Hoy queremos invitarlos a reflexionar sobre un asunto filosófico mal comprendido: el pesimismo como actitud ante la vida. Para quienes lo abrazan, el sufrimiento, la desilusión y la fatalidad son elementos esenciales para entender nuestra existencia.
Frente al optimismo ilusorio que prevalece en el coaching y la autoayuda postmoderna, basados en la idea de progreso y éxito, el pesimismo se alza como una forma crítica de resistencia. Queremos convencerles de que el pesimismo no es derrotismo, sino una herramienta para enfrentar la cruda realidad sin caer en el autoengaño promovido por las doctrinas justificadoras del fracaso.
El pesimismo, definido como la tendencia a ver las cosas en su aspecto más desfavorable, ha acompañado a la humanidad desde los antiguos filósofos griegos hasta nuestros días. Uno de sus primeros exponentes fue Hegesias de Cirene, del siglo III a.C., apodado “Pesisthanatos” o “el predicador de la muerte”.
Sostenía que, dado que la vida es intrínsecamente dolorosa, la muerte es preferible, pues nos libra del sufrimiento. En su obra perdida “Sobre la muerte”, argumentaba que el objetivo de la vida no debía ser el placer, sino la indiferencia ante el sufrimiento, reconociendo que los placeres son breves y las penas prolongadas.
Sin embargo, no buscamos deprimir a nadie, sino despertarlos del “clonazepam simbólico” del “¡Sé feliz, tú puedes!”. Schopenhauer, el gran defensor del pesimismo moderno, también veía la vida como marcada por el sufrimiento, debido a la insaciable voluntad humana. En “El mundo como voluntad y representación”, describía la voluntad como una fuerza ciega que nos condena a un ciclo interminable de deseo y frustración. Para Schopenhauer, el reconocimiento del dolor inherente a la vida no debía conducir a la desesperación, sino a una actitud más realista.
El optimismo vacío, alimentado por la creencia en el progreso técnico y económico, ha promovido la ilusión de que la felicidad es accesible para todos. Este paradigma ignora aspectos fundamentales de la vida humana, como la finitud y el sufrimiento. Filósofos como Byung-Chul Han, en “La sociedad del cansancio”, han criticado este culto a la positividad, que nos impone la obligación de ser exitosos y optimistas a cualquier costo. El pesimismo de Schopenhauer nos invita a resistir esta tendencia superficial y autoengañosa.
Miguel de Unamuno, en su obra “Del sentimiento trágico de la vida”, ofrece una perspectiva donde la vida es una lucha constante entre razón y sentimiento, entre el anhelo de inmortalidad y la certeza de la muerte. Su pesimismo, lejos de ser nihilista, nos enseña a vivir con preguntas sin respuestas y a afirmar nuestra existencia con autenticidad.
En el siglo XX, el filósofo noruego Peter Wessel Zapffe, en su ensayo “El último mesías”, consideraba la conciencia humana como un “defecto evolutivo” que nos condena a una vida de sufrimiento. Para Zapffe, los seres humanos recurren a mecanismos de defensa como el aislamiento, la distracción y la sublimación para evitar enfrentar la verdad de la vida absurda. Su visión extremista del pesimismo va más allá de Schopenhauer, al sostener que la única solución al sufrimiento sería la extinción de la humanidad.
Ante este panorama, nos preguntamos: ¿es necesario el pesimismo filosófico en el mundo actual? Vivimos en una sociedad que valora la inmediatez y la gratificación instantánea, y el pesimismo juega un rol crucial al recordarnos que el sufrimiento es inherente a nuestra condición humana. La crítica pesimista nos ofrece una perspectiva más honesta sobre la vida, reconociendo que no todo es controlable o perfectible.
El pesimismo filosófico, lejos de ser una aceptación pasiva del sufrimiento, es una invitación a reflexionar críticamente sobre nuestra existencia. Aunque algunos autores han llevado el pesimismo a extremos, proponiendo la renuncia a la vida o el anti-natalismo, no estamos obligados a seguir ese camino. El pesimismo puede ser una instancia crítica frente a la ilusión de felicidad constante y progreso ilimitado. Una postura que llamamos “pesimismo analógico” no rechaza la vida, sino que nos permite adoptar una visión más realista, en la que reconocemos el sufrimiento sin renunciar a darle sentido a la experiencia humana.
En su mejor versión, el pesimismo nos impulsa a cuestionar lo que se nos impone como “recomendable” en la cultura contemporánea, alertándonos sobre los peligros de la ingenuidad. Esta crítica no implica el rechazo de la esperanza, sino una esperanza más humilde y sobria, que conviva con la crudeza de una realidad incontrolable.