El Licenciado Vidriera: locura, verdad y la fragilidad del poder en América Latina

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Desde Cervantes hasta nuestros días, una metáfora luminosa sobre políticos de cristal, verdades incómodas y la ceguera interesada del poder latinoamericano.

Por: Carlos Ricardo Fondeur Moronta

Santiago de los Caballeros, República Dominicana. A lo largo de la historia política de América Latina han surgido personajes grises que se alimentan de la volatilidad del electorado. Elección tras elección, logran incrustarse en los tuétanos del poder, movidos por ambiciones disfrazadas de causas populares.

El Licenciado Vidriera, relato escrito hace más de 400 años por Miguel de Cervantes Saavedra, sirve como espejo de muchas realidades contemporáneas. Este cuento, aparentemente fantasioso, no ha perdido vigencia. Inicia mencionando figuras brillantes de la ciencia y las letras, capaces de interpretar lo que otros no entienden, incluso los pensamientos de un loco, cuya mente puede ser más fecunda que la de muchos académicos de renombre.

Camilo José Cela lo expresó con claridad: los hombres extremadamente lúcidos no son normales. Son locos. Pero son esos orates brillantes —como Edison, Einstein, Beethoven o el mismo Cervantes— quienes han empujado el progreso humano. Todos eran, en cierto sentido, hombres de vidrio: frágiles en apariencia, pero de una transparencia inquebrantable. Cada vez que un periodista arriesga su vida en nombre de la verdad, y su voz es silenciada o lanzada al basurero de la indiferencia, Vidriera resucita. Porque el Licenciado Vidriera es, más que un personaje, una metáfora: un loco necesario.

Cela lo resumió así: “Vidriera es la metáfora de la verdad, la que casi siempre duele, la que los poderosos intentan tapar o romper. Pero el vidrio, aunque roto o escondido… sigue siendo vidrio”.

En el cuento, un personaje —a quien se llamaba “licenciado” sin serlo siquiera— fue advertido por Vidriera con ironía: “Guardaos, compadre, no encuentren con vuestro título los frailes de la redención de cautivos… que os le llevarán por mostrenco”. Es una sátira certera, que expone la farsa de títulos, cargos y reconocimientos inmerecidos.

Desde ese instante entendí que ser Vidriera no es solo decir verdades con sutileza. Es representar, con franqueza, la fragilidad disfrazada de autoridad de muchos líderes, incluidos presidentes de República Dominicana, Perú, Venezuela, México, Bolivia, Haití, Estados Unidos y más allá. Políticos de vidrio que conocen más de agendas ocultas que del arte de gobernar.

El Licenciado Vidriera supo decirlo sin rodeos: era de vidrio, más fuerte que el papel, pero también más vulnerable. Pedía que le hablaran desde lejos y respondía con lucidez porque, al ser de vidrio, su alma obraba desde una materia sutil.

El personaje enseñó que ser de vidrio es aceptar la propia fragilidad. Y al mismo tiempo, denunciar la mentira repetida hasta que las masas la creen como verdad. Recomiendo, en ese sentido, la lectura de Una mentira dicha miles de veces, de Carlos Ricardo Fondeur Moronta, disponible en Google, donde se exploran los límites de la falsedad al servicio de intereses mezquinos, el oro, el dólar y la muerte.

Hoy, en América Latina abundan los “vidrieras”: políticos, empresarios y profesionales que ya ni siquiera tienen la dignidad del cristal. Son de una pasta más débil: una mezcla autogestionada de bagazo y bacterias.

El empresariado latinoamericano, en su mayoría, ha caído en la deshonra internacional. Piensan solo en sí mismos, olvidando que quienes los hicieron ricos —el pueblo— un día serán reconocidos como hechos de acero, templados por el fuego y el agua.

Quien quiera entender, que entienda. Lo demás, sobra.

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