"El Diablo prendido en candela en RD", advierte arzobispo en Sermón de las Siete Palabras

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Monseñor Héctor Rafael Rodríguez advierte sobre los oscuros presagios que rodean al país tras los recientes sucesos trágicos.

Por Valentina Garcia

Santiago, República Dominicana. En un Viernes Santo cargado de solemnidad, la voz del arzobispo resonó entre los muros de la catedral metropolitana Santiago Apóstol, tejiendo un discurso impregnado de pesar y premonición. Monseñor Héctor Rafael Rodríguez, con su mirada fija en el horizonte incierto, rompió el silencio con declaraciones que calaron hasta los huesos de los feligreses congregados en el templo.

"El Diablo está prendido en candela en nuestra amada República Dominicana", susurró el prelado, sus palabras resonando como un eco ominoso en el recinto sagrado. El eco de sus palabras se fundía con el murmullo de los presentes, creando una atmósfera de inquietud y temor.

No eran palabras vacías las del arzobispo, no. Ellas llevaban consigo el peso de las tragedias recientes, los incendios que habían consumido vidas inocentes, dejando a su paso un rastro de dolor y desolación. El carnaval de Salcedo, convertido en escenario de una pesadilla infernal el pasado 10 de marzo, y la cárcel de La Victoria, envuelta en llamas el día 18 de este mismo mes, se erigían como monumentos funestos en la memoria colectiva de la nación.

El arzobispo, con voz entrecortada por el peso de la aflicción, lamentó el destino cruel de aquellos que encontraron su final en medio del fuego voraz. "El incendio. Parece que el Diablo se prendió en candela en República Dominicana porque se incendiaron esos niños ahí en Salcedo, y murió un adulto también y luego se incendia La cárcel de La Victoria", murmuró, sus palabras flotando en el aire cargado de tristeza y resignación.

Pero no solo el fuego devorador preocupaba al arzobispo, sino también el hacinamiento inhumano en las entrañas de La Victoria. Una cárcel diseñada para albergar a menos de mil almas, abarrotada de miles de reos, clamaba al cielo por justicia en medio de la noche oscura de la injusticia.

El Sermón de las Siete Palabras se convirtió así en un ritual de duelo colectivo, donde las lágrimas de los afligidos se mezclaban con el incienso que ascendía hacia el altar mayor. La voz del arzobispo resonaba como un lamento ancestral, un eco de dolor que se perdía en la vastedad del universo, buscando respuestas que solo el tiempo y la fe podrían traer.

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