En un inesperado giro de los acontecimientos, Guillermo Peralta (Polo), propietario de Radiadores Ivelisse, fue víctima de un allanamiento equivocado durante la Operación Halcón IV. Con su negocio y reputación en juego, Peralta exige respuestas y justicia en medio de una maraña de narcotráfico y delincuencia que ha convertido su vida en un calvario.
Valentina Garcia
Santiago, RD.
En el vibrante y bullicioso Ensanche Bolívar de Santiago, República Dominicana, la monotonía cotidiana fue violentamente alterada por la ominosa sombra de la justicia durante un allanamiento el pasado martes 13 de junio. Guillermo Peralta, el inquebrantable propietario de Radiadores Ivelisse, se vio sumergido en un torbellino surrealista. La incisiva Operación Halcón IV, destinada a desmantelar una supuesta red de traficantes de narcóticos, había tomado un inesperado viraje, arrastrando consigo la existencia de un hombre señalado como honrado y laborioso.
El sol aún no se había alzado sobre la ciudad cuando los gritos desgarradores del allanamiento perforaron el silencio matutino. Los agentes, enarbolando sus armas y vestidos con el férreo semblante de la ley, irrumpieron en el taller de radiadores. Pero había un terrible error que convertiría a Peralta en el protagonista involuntario de una tragedia burocrática.
La confusión había puesto su destino en el camino equivocado. Su hija, Ivelisse Peralta Canela, fue confundida con la verdadera objetivo de la operación, Ivelisse Díaz de Jesús, alias "La Morena". El nombre compartido y un azaroso giro del destino habían tejido una red enredada de infortunio.
La injusticia se extendió como una plaga insaciable. Los nombres de Peralta y su hija fueron manchados en los titulares, señalados como cómplices de oscuros negocios que nunca habían tocado. El honor y la reputación de toda una vida de trabajo honrado fueron arrebatados por el implacable desliz de la justicia.
Peralta, con voz firme y mirada segura, narra su calvario con una determinación que solo se encuentra en los más valientes. Su negocio, levantado con los sueños de juventud y el capital escaso, había florecido en el tiempo, pero ahora, los frutos de su esfuerzo se veían opacados por la sombra de la duda.
"Nos han tomado de chivo expiatorio de esto", expresó con vehemencia Peralta. "Ese dinero incautado es el fruto de nuestro sudor, de cada peso ganado con el pago de impuestos. Ahí está el error de esa investigación, atrapándonos a nosotros como sacrificio expiatorio".
Las autoridades, presas de su propio desatino, aún no han devuelto las pertenencias ni el dinero incautado, (equivalente a más de 3 millones de pesos en efectivo). Sin embargo, en medio de la tormenta, Peralta ha encontrado una brizna de esperanza. Una reunión con el representante del Ministerio Público en Santiago, el fiscal Osvaldo Bonilla, quien prometió investigar el lamentable suceso, le infunde un ápice de fe en el sistema que se ha vuelto su peor enemigo.
Mientras tanto, en su taller vacío y en la cafetería de su hija, las máquinas guardan un silencio ominoso. La injusticia ha dejado una cicatriz indeleble en la vida de Guillermo Peralta, pero su espíritu indomable se alza como un faro de resistencia. En medio de la oscuridad, él espera ansioso el retorno de la luz que ilumine su camino hacia la redención y la restitución de lo arrebatado.