Diplomacia y clientelismo: una peligrosa confusión de roles

0

El clientelismo político en la diplomacia limita oportunidades, perpetúa privilegios, frena el talento joven y margina a las mujeres profesionales.

Por Yoaren Monegro

Una cosa es la diplomacia y otra el clientelismo político. Sin embargo, cuando ambas se confunden y terminan entrelazadas, el resultado se vuelve sumamente delicado para el desarrollo institucional, tanto a nivel nacional como internacional.

La diplomacia es el arte de conducir las relaciones entre Estados y actores internacionales mediante el diálogo, la negociación y la cooperación. Su propósito es proteger y promover los intereses nacionales y globales, prevenir o resolver conflictos y construir alianzas estratégicas.

En contraste, el clientelismo político se manifiesta en el intercambio de favores extraoficiales, donde los titulares de cargos utilizan su posición para otorgar beneficios a cambio de apoyo electoral. También se expresa en la práctica de colocar a varios miembros de una misma familia en cargos de poder, independientemente de su preparación o experiencia.

En América Latina y el Caribe esta práctica es habitual. Los hijos de las élites o allegados políticos encuentran espacio en funciones diplomáticas o de representación, mientras que los profesionales que se formaron con sacrificio quedan relegados, sin importar cuántos títulos académicos ostenten. De ahí surge la llamada “fuga de cerebros”: talentos que emigran en busca de oportunidades, y solo cuando alcanzan éxito en el extranjero se convierten en referentes admirados en sus países de origen.

El clientelismo ha impregnado el servicio exterior y las funciones de base en las cancillerías. Muchos cargos no se renuevan en esencia, sino que se reciclan entre las mismas personas durante décadas, rotando de un puesto a otro sin abrir espacio a nuevos perfiles. El problema no es la falta de talento, sino el círculo cerrado en el que se reparten las oportunidades, siempre reservado a amigos, familiares y aliados políticos.

La diferencia con los países desarrollados radica precisamente en la meritocracia. Allí, los expedientes no se archivan en una gaveta olvidada: se evalúa la capacidad real de cada candidato y se designa a quienes cumplen con el perfil idóneo, no a quienes tienen la relación más cercana.

Recientemente, hemos visto cómo algunos países receptores de representantes internacionales revisan con lupa las propuestas de candidatos. No quieren recibir a recomendados o allegados políticos, sino a diplomáticos preparados para asumir la función.

Otro aspecto preocupante es la desigualdad de género. Aunque las mujeres constituyen la mayor parte de la población y una cuota significativa está altamente profesionalizada, los puestos relevantes siguen ocupados mayoritariamente por hombres. El control de las decisiones y cuotas de poder permanece en manos masculinas, dejando a las mujeres al margen de espacios diplomáticos de liderazgo.

El tiempo avanza y la sociedad cambia. Así como se impulsa la inteligencia artificial y la innovación tecnológica, también debe impulsarse la modernización de nuestras instituciones. Para ello es indispensable romper con el clientelismo político, abrir espacio al mérito y garantizar mayor participación femenina en la diplomacia. Solo así podremos estar a la altura de los desafíos de este siglo.

LEAVE A REPLY

Please enter your comment!
Please enter your name here