Cuidado con las secuelas de una mala escuela    

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Quizás, las secuelas de hoy sean irremediables; pero tenemos la esperanza de ver reflejada a través de la ventana, aquella primavera donde nace un jardín de flores de distintos colores y donde la escuela vuelve a ser señalada por el prócer.

Por José Rafael Vargas

Mientras más fuerte es la estocada, más profunda es la herida al conocimiento y a la conciencia ciudadana

Esta lenta agonía de no asumir que existe una daga mortal que penetra y lacera nuestra educación, nos ha envuelto en una cultura poco dinámica y desinteresada de los temas fundamentales; que vive sosegada y dividida, su crítica es de baja mesura y abraza de manera arcaica la inmediatez y lo absurdo.

Esa daga, que cada día hace más profunda la herida y que los doctores no han podido dar en la diana, pues ante la capacidad adoctrinada han tenido la fiel convicción de que a través de medidas superficiales puede ser curada. Esa fiel decisión de creer que es la solución, es no querer acabar el problema de raíz, digo, a menos que esas medidas superficiales formen parte de un ‘‘negocio’’ ignoto o como dirían algunos conspiranoicos, simplemente tener control de las masas.

De todas formas, lo importante de estas humildes palabras a continuación, es ver cómo las secuelas de una mala educación provocan la desesperanza que sentimos, la poca fe de convidar a creer en una sociedad que vaya en garantía de un futuro digno y representativo, que pasemos de un Pisa, pisándonos a una bella primavera para el mundo. 

Las secuelas en nuestra sociedad están por todas partes y nos impactan de diferentes maneras. Hemos tenido la oportunidad de tener mejores ciudadanos, pero nos dejamos arrastrar por capítulos amargos y oscuros de nuestra historia, capítulos que hoy definen lo que somos.

Decía Américo Lugo, que el dominicano “se desenvuelve sin organización, dado a la violencia, poco previsor, orgulloso, perezoso y pasional”. A ver, no está lejos de la realidad de hoy en día, quizás si despertara de entre los muertos notara que no hemos cambiado mucho.

El origen del mestizaje entre indios, mulatos y españoles, la historia, y cómo confluyen varias costumbres en una misma isla, puede ser parte del inicio del problema, pero no es una excusa. Lo que aún seguimos viviendo, son prejuicios, miedos y las circunstancias que se aprenden entre el dejar hacer y el dejar pasar, entre fortalecer las conductas incorrectas para hacerlas posibles.

Salvo algunas excepciones y hablando de manera masiva, en la mayor parte de los sectores y ámbito de nuestra sociedad aparece el “tiguere”, “la maña” y “la mentira”. Lo vemos en la política, en el sector privado, en las religiones, el deporte, en la cultura, en el arte, en las vías públicas y en todas partes. Esto que nos define como país es parte del subdesarrollo en que vivimos, la clave para encumbrar el éxito como nación radica en la educación, pues aparte de construir conciencia y habilidades cognitivas, también es encargada de moldear la identidad y el comportamiento de una sociedad. 

Tenía razón un ex presidente cuando decía, que no bastaba con incrementar los recursos para la educación si no se contaba con un plan transformador y aplicado a la sociedad moderna de la información y el conocimiento, que no era un problema cuantitativo sino cualitativo y que debía hacerse de manera gradual. Dígase, no es un problema de fachada y grandes palacios, aunque esto sea necesario, sino del desarrollo al conocimiento y eso se logra hasta debajo de un árbol.  

La educación en la actualidad, es esa calle infinita que parece no tener destino y que va gritando a los cuatro vientos su filosofía, el adoctrinamiento de masas. Es un eco que retumba y se limita a repetir aquello que escucha, como sello gomígrafo indeleble va evangelizando a la población. Este método arcaico debe ser revertido y orientado a través de un pensamiento crítico, libre e independiente, que procure como propósito fundamental, ayudar a las personas a encontrar las formas de aprender por ellas mismas.  

Tal vez, las secuelas de hoy sean irremediables; pero tenemos la esperanza de ver reflejada a través de la ventana, aquella primavera donde nace un jardín de flores y la escuela vuelve a ser señalada por el prócer. Esta es la visión que auguramos con fines de un porvenir mejor, hoy está en nuestras manos, mañana no sabemos, de modo que es hora de aprovechar el tiempo y empezar con nuestra labor, pues desde hace tiempo están haciendo las suyas las abejas en la flor.

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