Carnicero mata a colega a puñaladas durante riña en mercado de Pueblo Nuevo

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Mercado de Pueblo Nuevo. Fuente externa.

En Pueblo Nuevo, un duelo de cuchillos y viejas rencillas dejó a un hombre tendido entre ecos de gritos y olor a carne fresca

Por Valentina Garcia

Santiago, República Dominicana – En las entrañas oscuras del Mercado Central de Pueblo Nuevo, cuando aún la ciudad dormía bajo el sopor de las dos y treinta de la madrugada, un rumor de acero desgarró el silencio. Antonio Cordero, a quien todos llamaban “Nando” con la misma familiaridad con que se nombra a un viejo amigo, cayó bajo las cuchilladas de “la Percha”, un compañero de oficio y de vida con quien había compartido años de risas, desvelos y sangre de res recién cortada.

Dicen que la pelea empezó como empiezan las tragedias que no se anuncian: con una palabra mal dicha, un gesto torcido o un rencor que llevaba tiempo fermentando en la penumbra. Y en cuestión de segundos, el cuchillo que debía separar la grasa del hueso se volvió instrumento de despedida definitiva.

Gerónimo Peralta, guardián de las llaves y los secretos del mercado, lo contó sin adornos: “Esta madrugada se fajaron a la puñalada dos carniceros y de ahí salió uno muerto. El otro pensó que no lo había matado, pero luego cayó muerto”.

Julio César Infante, comerciante de manos curtidas por el hielo y el cuchillo, no hallaba explicación: “Dos personas que eran como hermanos… y mire lo que él hizo. Todo lo que Nando hizo por La Percha no era para que lo matara. Eso es lamentable”.

Entre lágrimas, Antonina González, madre del occiso, hablaba como si invocara una justicia que no es de este mundo: “Ese hombre solo le faltaba que viviera en mi casa. Mi hijo lo llevó a trabajar allá, lo ayudó, y mire cómo le pagó. Pero la justicia de Dios es más grande”.

En medio del aroma a carne fresca y serrín, Roberto Infante, otro carnicero del lugar, resumió con tristeza la ironía de la muerte: “Tanto el matador como el muerto éramos compañeros”.

El agresor, dicen los testigos, se marchó con el mismo sigilo con que entró la madrugada. Y hasta ahora, el eco de sus pasos y el olor de la sangre siguen flotando en el mercado, como un recordatorio de que la amistad, a veces, es más frágil que el filo de un cuchillo.

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