República Dominicana y Haití: dos naciones, una isla, muchas tensiones

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Carlos Ricardo Fondeur Moronta. El autor es periodista, ensayista literario, crítico de cine, articulista, residente en Santiago de los Caballeros, República Dominicana.

Un análisis crítico a un editorial haitiano reaviva el debate sobre liderazgo, soberanía e identidad entre dos pueblos con historias entrelazadas y conflictivas.

Por Carlos Ricardo Fonder Moronta

Diario Cibao. Santiago de los Caballeros, República Dominicana. – Aunque nunca me prometí dejar de escribir sobre las relaciones entre República Dominicana y Haití, esta vez vuelvo al tema tras un análisis detenido de un editorial publicado el 14 de mayo de 2025 en el diario Le Nouvelliste, el más importante de Haití.

Me inquieta profundamente el trasfondo del escrito, que plantea de forma soterrada si es más importante seguir siendo una isla dividida en dos países o abrazar una idea de “haitianidad” que, según ciertos sectores haitianos, abarca toda la isla. Es una narrativa insistente que pretende borrar el hecho irrefutable de que existen dos naciones soberanas, ambas con declaraciones de independencia, aunque la haitiana fuera la primera.

El artículo, firmado por el jefe de Redacción del diario haitiano y escrito en un francés impecable, destila una incomodidad encubierta con República Dominicana, e incluso con Haití mismo, al desdeñar el creol, lengua materna de la mayoría haitiana. Esta actitud revela una postura elitista y un cierto desprecio hacia la realidad cultural de su propio país.

Bajo el provocador título “Haití entrega el liderazgo de la isla a República Dominicana”, el texto roza lo satírico, generando primero asombro, luego risa, y finalmente preocupación. Lejos de un análisis serio, transmite frustración. En realidad, República Dominicana no ha recibido ningún “liderazgo”, simplemente ejerce su soberanía como Estado democrático, con instituciones electas, fuerzas armadas y una economía que sostiene buena parte de la estabilidad de esta isla compartida.

La afirmación de que Haití entrega el liderazgo parte de una premisa falsa: Haití nunca ha liderado la isla. Lo que sí ocurrió fue una ocupación de la parte oriental entre 1822 y 1844, rechazada con firmeza por el pueblo dominicano. El desconocimiento histórico del autor resulta preocupante, sobre todo viniendo de alguien que dirige la línea editorial del periódico.

En su artículo, Frantz Duval menciona una reunión sostenida ese mismo día entre los expresidentes dominicanos Leonel Fernández, Hipólito Mejía y Danilo Medina, junto al actual mandatario Luis Abinader, para discutir temas de seguridad nacional, especialmente la crisis haitiana y su impacto en nuestro país.

El editorial sugiere que Abinader utiliza el tema haitiano como eje político, olvidando que, como presidente, tiene el deber constitucional de proteger la soberanía y la seguridad nacional, una responsabilidad que ha sido asumida por todos sus antecesores, independientemente de sus posturas políticas.

En una afirmación que mezcla verdad con malicia, el editorial señala: “La dominicanidad del presidente con raíces levantinas se vigoriza cada vez que plantea el problema haitiano”. Abinader ha reconocido tener sangre libanesa, pero eso no invalida su dominicanidad ni su derecho a ejercer la presidencia.

A modo de comparación, yo mismo soy descendiente de un francés —el coronel Furcy Fondeur L.— héroe de la Restauración dominicana, cuyas contribuciones a la patria superan las de muchos nacidos en suelo nacional.

También se menciona, con tono acusatorio, que mientras los expresidentes se reunían, continuaban las redadas contra ciudadanos haitianos en nuestro territorio. Cabe recordar que políticas migratorias firmes no son exclusivas de nuestro país. Estados Unidos y España, por ejemplo, han construido muros y aplicado controles severos sin que eso cause escándalo en los editoriales haitianos.

El autor del artículo parece cuestionar si al involucrar a todos los expresidentes en el debate sobre Haití, el gobierno dominicano está intentando neutralizar las críticas internas. Pero ¿qué límites se supone que hemos cruzado? ¿Acaso no es legítimo que una nación proteja sus fronteras y su estabilidad?

En conclusión, el editorial de Le Nouvelliste no solo evidencia una frustración histórica, sino también una peligrosa falta de perspectiva. Mientras algunos sectores políticos haitianos agitan el conflicto, los pueblos de ambos países seguimos compartiendo el anhelo de una vida digna, en paz, y sobre todo, en libertad, en esta isla que Dios nos dio por herencia.

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