Su labor no es servir como brazo propagandístico de candidatos pasajeros, sino proteger y promover el desarrollo de sus comunidades.
Por Miguel Ángel Cid
Los líderes comunitarios están llamados a sostener una postura política que responda fielmente a los intereses de sus comunidades. Mantener una neutralidad subordinada a las autoridades de turno, sin una plataforma clara de reivindicación local, solo conduce a la pérdida de objetivos y dignidad.
Los escenarios políticos en tiempos electorales deben ser vistos como oportunidades para defender proyectos y necesidades comunitarias. Mientras tanto, los políticos —desde sus tribunas— buscan obtener la mayor ventaja posible, actuando conforme a intereses que, en la mayoría de los casos, priorizan lo individual o lo partidario.
Es frecuente que los líderes locales terminen cediendo ante ofertas tentadoras y argumentos superficiales. Así, pasan a actuar en contra de los intereses de quienes representan. Sin embargo, su verdadera responsabilidad es impulsar iniciativas que favorezcan el desarrollo local y elevar la calidad de vida de sus comunidades.
No se trata de que comunidad y política tengan intereses opuestos. Todo lo contrario: la política debería existir para promover el desarrollo nacional y este solo puede lograrse fortaleciendo el crecimiento de las comunidades en todo el territorio. El progreso de un país comienza desde lo local hacia lo general.
En este sentido, las organizaciones comunitarias son las guardianas de los intereses de su gente. Los políticos, por su parte, deben velar por el bienestar colectivo del país. La relación sana entre ambos se sostiene en una alianza transparente y orientada a objetivos comunes.
Aunque una comunidad o un partido político podrían alcanzar metas por separado, esos logros serían frágiles y temporales. La falta de colaboración solo conduciría a frustraciones y conflictos posteriores.
La simbiosis entre ambos sectores exige desaprender prácticas de manipulación heredadas desde tiempos históricos y adoptar herramientas modernas como la planificación por resultados, el análisis de la realidad y la evaluación continua. Tanto líderes comunitarios como dirigentes políticos deben formarse en valores esenciales: solidaridad, respeto, colaboración, tolerancia y diálogo.
Tal como planteó Paulo Freire, la liberación humana se construye en comunión. Cuando estos valores se vuelvan hábitos, políticos y líderes comunitarios podrán reconocerse como miembros de una misma familia nacional. El diálogo facilitará la superación de intereses particulares en favor del bien común.
Si la distribución de los recursos se realiza con justicia, las bendiciones alcanzarán a todos. Pero para ello es indispensable que los líderes comunitarios asuman plenamente su rol: no están para ondear banderas de candidatos improvisados que aparecen cada cuatro años, sino para defender a su comunidad, su asociación y su municipio.
Twitter: @miguelcid1





