Por José Rafael Vargas
En un mundo fracturado por la dinámica del conflicto geopolítico, resulta imprescindible observar con atención a quienes mejor mueven sus piezas. Las potencias, armadas con nuevas herramientas, despliegan estrategias cada vez más agresivas para influir en la gobernanza global. Entre ellas, destacan dos bloques fundamentales: el G7 y los BRICS. Aunque nacieron en contextos distintos y con motivaciones divergentes, hoy protagonizan una disputa por el liderazgo del siglo XXI. Surge entonces una pregunta clave: ¿estamos ante una nueva era de cooperación equitativa o frente al reordenamiento de poderes que buscan imponer su visión como la única posible?
I. Los orígenes de dos mundos
El G7 se fundó en 1975, en Rambouillet, Francia, cuando seis países industrializados —Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania Occidental, Italia y Japón— decidieron coordinar políticas ante la crisis del petróleo y la recesión global. Un año después se sumó Canadá, conformando así un grupo que se convirtió en símbolo del capitalismo liberal y la hegemonía occidental en la economía internacional.
En contraste, los BRICS surgieron en el contexto de un mundo multipolar emergente. Aunque el término fue acuñado en 2001 por Goldman Sachs, el bloque tomó forma política en 2009, con Sudáfrica incorporándose en 2010. Su misión era clara: representar a las economías emergentes, promover un orden internacional más equilibrado y cuestionar el dominio financiero y político de Occidente.
II. Riquezas en disputa: dos realidades económicas
Si bien el G7 aún conserva una influencia significativa —representa alrededor del 30 % del PIB mundial—, su peso se ha reducido frente al ascenso de los BRICS, que ya superan el 45 % del producto global medido por paridad de poder adquisitivo (PPA) y agrupan a más del 40 % de la población del planeta.
Mientras el G7 se apoya en su poder financiero y tecnológico, los BRICS concentran vastos recursos naturales: petróleo en Rusia, Arabia Saudita e Irán; agroindustria en Brasil; y minerales estratégicos en varias regiones de África. Dos tipos de riqueza que definen estrategias distintas de influencia global.
III. Modelos de desarrollo y proyección futura
El G7 impulsa un modelo de capitalismo liberal avanzado, sustentado en instituciones financieras sólidas y regulaciones internacionales. Sus miembros han liderado debates sobre el cambio climático, aunque con notorias contradicciones. Estados Unidos se retiró del Acuerdo de París en 2017, volvió bajo la administración de Biden y se retiró nuevamente en 2025. Canadá, por su parte, continúa desarrollando su industria de arenas bituminosas, altamente contaminantes.
Los BRICS, en cambio, promueven un modelo multipolar con economías mixtas y una fuerte presencia del Estado, particularmente en China y Rusia. Reclaman responsabilidades diferenciadas en materia ambiental, exigiendo a las naciones industrializadas compensaciones por su deuda ecológica histórica. Sin embargo, también amplían su infraestructura extractiva y energética para sostener su crecimiento.
IV. Discursos de justicia: ¿sinceridad o retórica?
Ambos bloques enarbolan banderas de equidad e inclusión, pero las contradicciones son evidentes.
El G7 aboga por la inclusión, aunque sus políticas perpetúan desigualdades estructurales y una tendencia a universalizar su modelo económico como único camino posible.
Los BRICS plantean un orden más representativo, pero enfrentan problemas internos como desigualdades extremas, autoritarismo y corrupción, que erosionan la legitimidad de su narrativa.
V. Dos caminos posibles
El mundo se encuentra en una encrucijada con dos rutas posibles:
- Una cooperación genuina entre bloques, donde G7 y BRICS se sienten como iguales a negociar un futuro común, sin disfrazar intereses propios de bien colectivo.
- Un simple cambio de hegemonía, en el que nuevos actores replican viejas dinámicas de imposición, manteniendo el control en manos de quienes poseen mayor riqueza, poder militar o influencia política.
VI. Conciencia global y autodeterminación
Recientemente, el viceprimer ministro del Consejo de Estado de China, Ding Xuexiang, reafirmó el compromiso de su país con la apertura y la cooperación con las naciones en desarrollo. En sus palabras:
“Las civilizaciones del mundo deben desarrollarse a través del enriquecimiento mutuo, basadas en la igualdad, el diálogo y el respeto a la diversidad. Cada pueblo tiene derecho a elegir su propio camino y a realizar sus propios valores.”
La historia aún está por escribirse. El reto consiste en construir una conciencia global que trascienda los intereses de poder, que abrace la justicia, la inclusión y el respeto mutuo. Quizás el futuro no dependa exclusivamente del G7 o de los BRICS, sino de nuestra capacidad colectiva para exigir un mundo liderado no por quienes se creen superiores, sino por quienes actúan como iguales.





