Su victoria como senador evidencia una ruptura generacional y cultural, impulsada por el hartazgo ciudadano con las élites tradicionales y sus viejas fórmulas.
Por Andy Morales
Durante décadas, en la República Dominicana ha predominado una narrativa que vincula el poder político con la edad, la experiencia y la pertenencia a estructuras tradicionales. Bajo este paradigma, la juventud ha sido vista como un actor secundario: inexperto, idealista o simplemente simbólico dentro del engranaje partidario. Sin embargo, la elección de Omar Fernández como senador del Distrito Nacional en 2024, con tan solo 32 años, marca un giro profundo en esa visión.
Fernández no solo se convirtió en el senador más joven en la historia reciente del país, sino que logró derrotar a una maquinaria política con profundas raíces en el electorado capitalino. Su victoria demuestra que el electorado dominicano está dispuesto a apostar por nuevos liderazgos, siempre que estos proyecten coherencia, preparación y una visión renovadora. Su apellido, aunque significativo, no explica por sí solo su triunfo. Este responde más bien a un capital político propio, forjado en su desempeño legislativo en la Cámara de Diputados, su habilidad comunicativa en los medios y su conexión directa con jóvenes urbanos, clase media y sectores emergentes.
La irrupción de líderes como Omar Fernández no es un fenómeno aislado. Forma parte de una tendencia global que, en las últimas dos décadas, ha llevado al poder a jóvenes menores de 40 años en países tan diversos como Chile, Finlandia, Ecuador y Burkina Faso. Casos como los de Gabriel Boric, Sanna Marin, Daniel Noboa e Ibrahim Traoré reflejan una renovación generacional que surge como respuesta a la desconfianza en las élites tradicionales y a una creciente exigencia ciudadana de políticas centradas en la inclusión, la tecnología y el desarrollo sostenible.
En este contexto, el ascenso de Fernández puede entenderse como un eco de esas transformaciones internacionales, pero también como una señal clara de que en la República Dominicana empieza a consolidarse una generación política más joven, urbana y alineada con los retos del siglo XXI. Aunque enfrenta resistencias dentro de los esquemas tradicionales, su presencia en el Senado representa una ruptura simbólica y real con la noción de que el poder solo pertenece a quienes han recorrido largas carreras partidarias.
El debate no es únicamente generacional; es, sobre todo, cultural. Supone cuestionar cómo se construye hoy la legitimidad política en un mundo donde las redes sociales, la inmediatez comunicativa y las demandas ciudadanas han transformado los canales de representación. Aunque para muchos la juventud sigue siendo sinónimo de falta de experiencia, figuras como Fernández evidencian que una sólida formación académica, la exposición internacional y el ejercicio parlamentario pueden suplir esas dudas y aportar una perspectiva moderna sobre temas estructurales.
En suma, la irrupción de Omar Fernández en la alta política dominicana abre una ventana de posibilidades. Más que una excepción, su caso debe leerse como un precedente: una invitación para que nuevas generaciones se involucren, aspiren y transformen. El futuro democrático del país podría depender, en gran medida, de cuán receptivo sea al liderazgo que emerge más allá del molde tradicional.