La diplomacia exige habilidades sutiles, mente fría y vocación auténtica para negociar conflictos globales sin perder respeto ni credibilidad.
Por Yoarem Monegro
En esta entrega de la serie El arte en la diplomacia, correspondiente al artículo número 15, abordamos de manera clara y concisa la importancia de este concepto en las relaciones internacionales.
La Real Academia Española (RAE) define la diplomacia como la ciencia de los intereses y relaciones entre naciones; también como el conjunto de procedimientos que regulan la interacción entre Estados y el servicio que un país presta en sus vínculos internacionales. En un sentido más coloquial, puede referirse a la habilidad, la sagacidad y la cortesía —a veces interesada— con la que una persona se relaciona con los demás.
El verdadero arte de la diplomacia no reside en la imposición ni en la confrontación, sino en las habilidades y sutilezas para gestionar desacuerdos y construir consensos. Cuando las negociaciones internacionales derivan en discursos agresivos, tensiones verbales o incluso enfrentamientos físicos, se pierde la esencia de lo diplomático y se rompe el proceso de negociación.
En la actualidad, muchas personas aplican la diplomacia con fines personales, olvidando que su objetivo no es alimentar conflictos, sino resolverlos mediante el diálogo. Este campo está destinado a tratar asuntos globales y de gran escala; por ello, cuando se reduce a intereses individuales o se centra en detalles menores, se limita su verdadero alcance.
En diplomacia no es necesario alzar la voz ni recurrir a palabras fuera de contexto. Al contrario, estos gestos transmiten debilidad. Como señala el escritor Yokoi Kenyi, de origen colombiano-japonés, un profesional que se deja dominar por la ira pierde autoridad y credibilidad. La clave está en la inteligencia emocional: actuar con serenidad, firmeza y claridad.
En definitiva, la diplomacia requiere mente fría, carácter equilibrado y vocación auténtica. Quienes eligen esta carrera deben hacerlo desde el corazón, con el compromiso de servir y dar siempre lo mejor de sí mismos al mundo.